2.8.05

Guía del Autoestopista Galáctico

En los remotos e inexplorados confines del arcaico extremo occidental de la espiral de
la galaxia, brilla un pequeño y despreciable sol amarillento.
En su órbita, a una distancia aproximada de ciento cincuenta millones de kilómetros,
gira un pequeño planeta totalmente insignificante de color azul verdoso cuyos pobladores,
descendientes de los simios, son tan asombrosamente primitivos que aún creen que los
relojes de lectura directa son de muy buen gusto.
Este planeta tiene, o mejor dicho, tenía el problema siguiente: la mayoría de sus
habitantes eran infelices durante casi todo el tiempo. Muchas soluciones se sugirieron
para tal problema, pero la mayor parte de ellas se referían principalmente a los
movimientos de pequeños trozos de papel verde; cosa extraña, ya que los pequeños
trozos de papel verde no eran precisamente quienes se sentían infelices.
De manera que persistió el problema; muchos eran humildes y la mayoría se
consideraban miserables, incluso los que poseían relojes de lectura directa.
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Cada vez eran más los que pensaban que, en primer lugar, habían cometido un gran
error al bajar de los árboles. Y algunos afirmaban que lo de los árboles había sido una
equivocación, y que nadie debería haber salido de los mares.
Y entonces, un jueves, casi dos mil años después de que clavaran a un hombre a un
madero por decir que, para variar, sería estupendo ser bueno con los demás, una
muchacha que se sentaba sola en un pequeño café de Rickmansworth comprendió de
pronto lo que había ido mal durante todo el tiempo, y descubrió el medio por el que el
mundo podría convertirse en un lugar tranquilo y feliz. Esta vez era cierto, daría resultado
y no habría que clavar a nadie a ningún sitio.
Lamentablemente, sin embargo, antes de que pudiera llamar por teléfono para
contárselo a alguien, ocurrió una catástrofe terrible y estúpida y la idea se perdió para
siempre.
Esta no es la historia de la muchacha.
Sino la de aquella catástrofe terrible y estúpida, y la de algunas de sus consecuencias.
También es la historia de un libro, titulado Guía del autoestopista galáctico; no se trata
de un libro terrestre, pues nunca se publicó en la Tierra y, hasta que ocurrió la terrible
catástrofe, ningún terrestre lo vio ni oyó hablar de él.
No obstante, es un libro absolutamente notable.
En realidad, probablemente se trate del libro más notable que jamás publicaran las
grandes compañías editoras de la Osa Menor, de las cuales tampoco ha oído hablar
terrestre alguno.
Y no sólo es un libro absolutamente notable, sino que también ha tenido un éxito
enorme: es más famoso que las Obras escogidas sobre el cuidado del hogar espacial,
más vendido que las Otras cincuenta y tres cosas que hacer en gravedad cero, y más
polémico que la trilogía de devastadora fuerza filosófica de Oolon Colluphid En qué se
equivocó Dios, Otros grandes errores de Dios y Pero ¿quién es ese tal Dios?
En muchas de las civilizaciones más tranquilas del margen oriental exterior de la
galaxia, la Guía del autoestopista ya ha sustituido a la gran Enciclopedia galáctica como la
fuente reconocida de todo el conocimiento y la sabiduría, porque si bien incurre en
muchas omisiones y contiene abundantes hechos de autenticidad dudosa, supera a la
segunda obra, más antigua y prosaica, en dos aspectos importantes.
En primer lugar, es un poco más barata; y luego, grabada en la portada con simpáticas
letras grandes, ostenta la leyenda:
NO SE ASUSTE.
Pero la historia de aquel jueves terrible y estúpido, la narración de sus consecuencias
extraordinarias y el relato de cómo tales consecuencias están indisolublemente
entrelazadas con ese libro notable, comienza de manera muy sencilla.
Empieza con una casa.

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1 comentario:

Anónimo dijo...

GENIAL BRANDY Y SEÑOR VIGOTES JAJA