2.8.05

Guía del Autoestopista Galáctico Parte XVI - El Final

- Así que ahí lo tienes -dijo Slartibarfast, haciendo un intento débil y superficial de
ordenar el asombroso revoltijo de su despacho. Cogió una hoja de papel de un montón,
pero luego no se le ocurrió ningún otro sitio para ponerla, de manera que volvió a
depositarla encima del montón original, que se derrumbó en seguida-. Pensamiento
Profundo proyectó la Tierra, nosotros la construimos y vosotros la habitasteis.
- Y los vogones llegaron y la destruyeron cinco minutos antes de que concluyera el
programa -añadió Arthur, no sin amargura.
- Sí -dijo el anciano, haciendo una pausa para mirar desalentado por la habitación-.
Diez millones de años de planificación y de trabajo echados a perder como si nada. Diez
millones de años, terráqueo... ¿Te imaginas un período de tiempo semejante? En ese
tiempo, una civilización galáctica podría desarrollarse cinco veces a partir de un simple
gusano. Echados a perder.
Hizo una pausa.
- Bueno, para ti eso es burocracia -añadió.

- Mire usted -dijo Arthur con aire pensativo-, todo esto explica un montón de cosas.
Durante toda mi vida he tenido la sensación extraña e inexplicable de que en el mundo
estaba pasando algo importante, incluso siniestro, y que nadie iba a decirme de qué se
trataba.
- No -dijo el anciano-, eso no es más que paranoia absolutamente normal. Todo el
mundo la tiene en el Universo.
- ¿Todo el mundo? -repitió Arthur-. ¡pues si todo el mundo la tiene, quizá posea algún
sentido! Tal vez en algún sitio, fuera del Universo que conocemos...
- Quizá. ¿A quién le importa? -dijo Slartibarfast antes de que Arthur se emocionara
demasiado, y prosiguió-: Tal vez esté viejo y cansado, pero siempre he pensado que las
posibilidades de descubrir lo que realmente pasa son tan absurdamente remotas, que lo
único que puede hacerse es decir: olvídalo y manténte ocupado. Fíjate en mí: yo proyecto
líneas costeras. Me dieron un premio por Noruega.
Revolvió entre un montón de despojos y sacó un gran bloque de perspex y un modelo
de Noruega montado sobre él.
- ¿Qué sentido tiene esto? -prosiguió-. No se me ocurre ninguno. Toda la vida he
estado haciendo fiordos. Durante un momento pasajero se pusieron de moda y me dieron
un premio importante.
Se encogió de hombros, le dio vueltas en las manos y lo tiró descuidadamente a un
lado, pero con el suficiente tiento para que cayera en un sitio blando.
- En la Tierra de recambio que estamos construyendo me han encomendado Africa, y
la estoy haciendo con muchos fiordos, porque me gustan y soy lo bastante anticuado para
pensar que dan un delicioso toque barroco a un continente. Y me dicen que no es lo
bastante ecuatorial. ¡Ecuatorial! -emitió una ronca carcajada-. ¿Qué importa eso? Desde
luego, la ciencia ha logrado cosas maravillosas, pero yo preferiría, con mucho, ser feliz a
tener razón.
- ¿Y lo es?
- No. Ahí reside todo el fracaso, por supuesto.
- Lástima -dijo Arthur con simpatía-. De otro modo, parecía una buena forma de vida.
Una pequeña luz blanca destelló en un punto de la pared.
- Vamos -dijo Slartibarfast-, tienes que ver a los ratones. Tu llegada al planeta ha
causado una expectación considerable. Según tengo entendido, la han saludado como el
tercer acontecimiento más improbable de la historia del Universo.
- ¿Cuáles fueron los dos primeros?
- Bueno, probablemente no fueron más que coincidencias -dijo con indiferencia
Slartibarfast. Abrió la puerta y esperó a que Arthur lo siguiera.
Arthur miró alrededor una vez más, y luego inspeccionó su apariencia, la ropa sudada y
desaliñada con la que se había tumbado en el barro el jueves por la mañana.
- Parece que tengo tremendas dificultades con mi forma de vida - murmuró para sí.
- ¿Cómo dices? -le preguntó suavemente el anciano.

- Nada, nada -contesto Arthur-, sólo era una broma.

Desde luego, es bien sabido que unas palabras dichas a la ligera pueden costar más
de una vida, pero no siempre se aprecia el problema en toda su envergadura.
Por ejemplo, en el mismo momento en que Arthur dijo «Parece que tengo tremendas
dificultades con mi forma de vida», un extraño agujero se abrió en el tejido del continuo
espaciotiempo y llevó sus palabras a un pasado muy remoto, por las extensiones casi
infinitas del espacio, hasta una Galaxia lejana donde seres extraños y guerreros estaban
al borde de una formidable batalla interestelar.
Los dos dirigentes rivales se reunían por última vez.
Un silencio temeroso cayó sobre la mesa de conferencias cuando el jefe de los
vl'hurgos, resplandeciente con sus enjoyados pantalones cortos de batalla, de color
negro, miró fijamente al dirigente g'gugvuntt, sentado en cuclillas frente a él entre una
nube de fragantes vapores verdes, y, con un millón de bruñidos cruceros estelares,
provistos de armas horribles y dispuestos a desencadenar la muerte eléctrica a su sola
voz de mando, exigió a la vil criatura que retirara lo que había dicho de su madre.
La criatura se removió entre sus vapores tórridos y malsanos, y en aquel preciso
momento las palabras Parece que tengo tremendas dificultades con mi forma de vida
flotaron por la mesa de conferencias.
Lamentablemente, en la lengua vl'hurga aquél era el insulto más terrible que pudiera
imaginarse, y no quedó otro remedio que librar una guerra horrible durante siglos.
Al cabo de unos miles de años, después de que su Galaxia quedara diezmada, se
comprendió que todo el asunto había sido un lamentable error, y las dos flotas
contendientes arreglaron las pocas diferencias que aún tenían con el fin de lanzar un
ataque conjunto contra nuestra propia Galaxia, a la que ahora se consideraba sin sombra
de duda como el origen del comentario ofensivo.
Durante miles de años más, las poderosas naves surcaron la vacía desolación del
espacio y, finalmente, se lanzaron contra el primer planeta con el que se cruzaron -dió la
casualidad de que era la Tierra-, donde debido a un tremendo error de bulto, toda la flota
de guerra fue accidentalmente tragada por un perro pequeño.
Aquellos que estudian la compleja interrelación de causa y efecto en la historia del
Universo, dicen que esa clase de cosas ocurren a todas horas, pero que somos incapaces
de prevenirlas.
- Cosas de la vida -dicen.
Al cabo de un corto viaje en el aerodeslizador, Arthur y el anciano de Magrathea
llegaron a una puerta. Salieron del vehículo y entraron a una sala de espera llena de

mesas con tableros de cristal y premios de perspex. Casi en seguida se encendió una luz
encima de la puerta del otro extremo de la habitación, y pasaron.
- ¡Arthur! ¡Estás sano y salvo! -gritó una voz.
- ¿Lo estoy? -dijo Arthur, bastante sorprendido-. Estupendo.
La iluminación era más bien débil y tardó un momento en ver a Ford, a Trillian y a
Zaphod sentados en torno a una amplía mesa muy bien provista con platos exóticos,
extrañas carnes dulces y frutas raras. Tenían los carrillos llenos.
- ¿Qué os ha sucedido? -les preguntó Arthur.
- Pues nuestros anfitriones -dijo Zaphod, atacando una buena ración de tejido muscular
a la plancha -nos han lanzado gases, nos han dado muchas sorpresas, se han portado de
manera misteriosa y ahora nos han ofrecido una espléndida comida para resarcirnos.
Toma -añadió, sacando de una fuente un trozo de carne maloliente-, come un poco de
chuleta de rino vegano. Es deliciosa, si da la casualidad de que te gustan estas cosas.
- ¿Anfitriones? -dijo Arthur-. ¿Qué anfitriones? Yo no veo ninguno...
- Bienvenido al almuerzo, criatura terráquea -dijo una voz suave.
Arthur miró en derredor y dio un grito súbito.
- ¡Uf! -exclamó-. ¡Hay ratones encima de la mesa!
Hubo un silencio embarazoso y todo el mundo miró fijamente a Arthur.
El estaba distraído, contemplando dos ratones blancos aposentados encima de la
mesa, en algo parecido a vasos de whisky. Percibió el silencio y miró a todos.
- ¡Oh! -exclamó al darse cuenta-. Lo siento, no estaba completamente preparado para...
- Permite que te presente -dijo Trillian-. Arthur, éste es el ratón Benjy.
- ¡Hola! -dijo uno de los ratones. Sus bigotes rozaron un panel, que por lo visto era
sensible al tacto, en la parte interna de lo que semejaba un vaso de whisky, y el vehículo
se movió un poco hacia delante.
- Y éste es el ratón Frankie.
- Encantado de conocerte -dijo el otro ratón, haciendo lo mismo.
Arthur se quedó boquiabierto.
- Pero no son...
- Sí -dijo Trillian-, son los ratones que me llevé de la Tierra.
Le miró a los ojos y Arthur creyó percibir una levísima expresión de resignación.
- ¿Me pasas esa fuente de megaburro arcturiano a la parrilla? -le pidió ella.
Slartibarfast tosió cortésmente.
- Humm, discúlpeme -dijo.
- Sí, gracias, Slartibarfast -dijo bruscamente el ratón Benjy-; puedes ¡rte.

- ¿Cómo? ¡Ah..., sí! Muy bien -dijo el anciano, un tanto desconcertado-. Entonces voy a
seguir con algunos de mis fiordos.
- Mira, en realidad no será necesario -dijo el ratón Frankie-. Es muy probable que ya no
necesitemos la nueva Tierra. - Hizo girar sus ojillos rosados-. Ahora hemos encontrado a
un nativo que estuvo en ese planeta segundos antes de su destrucción.
- ¡Qué! -gritó Slartibarfast, estupefacto-. ¡No lo dirá en serio! ¡Tengo preparados mil
glaciares, listos para extenderlos por toda Africa!
- En ese caso -dijo Frankie en tono agrio-, tal vez puedas tomarte unas breves
vacaciones y marcharte a esquiar antes de desmantelarlos.
- ¡Irme a esquiar! -gritó el anciano-. ¡Esos glaciares son obras de arte! ¡Tienen unos
contornos elegantemente esculpidos! ¡Altas cumbres de hielo, hondas y majestuosas
cañadas! iEsquiar sobre ese noble arte sería un sacrilegio!
- Gracias, Slartibarfast -dijo Benjy en tono firme-. Eso es todo.
- Sí, señor -repuso fríamente el anciano-, muchas gracias. Bueno, adiós, terráqueo -le
dijo a Arthur-, espero que se arregle tu forma de vida.
Con una breve inclinación de cabeza al resto del grupo, se dio la vuelta y salió
tristemente de la habitación.
Arthur le siguió con la mirada, sin saber qué decir.
- Y ahora -dijo el ratón Benjy-, al asunto.
Ford y Zaphod chocaron las copas.
- ¡Por el asunto! Exclamaron.
- ¿Cómo decís? -dijo Benjy.
- Lo siento, creí que estaba proponiendo un brindis -dijo Ford, mirando a un lado.
Los dos ratones dieron vueltas impacientes en sus vehículos de vidrio. Finalmente, se
tranquilizaron y Benjy se adelantó, dirigiéndose a Arthur.
- Y ahora, criatura terráquea -le dijo-, la situación en que nos encontramos es la
siguiente: como ya sabes, hemos estado más o menos rigiendo tu planeta durante los
últimos diez millones de años con el fin de hallar esa detestable cosa llamada Pregunta
Ultima.
- ¿Por qué? -preguntó bruscamente Arthur.
- No; ya hemos pensado en ésa -terció Frankie-, pero no encaja con la respuesta. ¿Por
qué?: Cuarenta y dos..., como ves, no cuadra.
- No -dijo Arthur-, me refiero a por qué lo habéis estado rigiendo.
- Ya entiendo -dijo Frankie-. Pues para ser crudamente francos, creo que al final sólo
era por costumbre. Y el problema es más o menos éste: estamos hasta las narices de
todo el asunto, y la perspectiva de volver a empezar por culpa de esos puñeteros
vogones, me pone los pelos de punta, ¿comprendes lo que quiero decir? Fue una
verdadera suerte que Benjy y yo termináramos nuestro trabajo correspondiente y
saliéramos pronto del planeta para tomarnos unas breves vacaciones; desde entonces

nos las hemos arreglado para volver a Magrathea mediante los buenos oficios de tus
amigos.
- Magrathea es un medio de acceso a nuestra propia dimensión -agregó Benjy.
- Desde entonces -continuó su murino compañero-, nos han ofrecido un contrato
enormemente ventajoso en nuestra propia dimensión para realizar el espectáculo de
entrevistas 5D y una gira de conferencias, y nos sentimos muy inclinados a aceptarlo. - Yo
lo aceptaría, ¿y tú, Ford? - se apresuró a decir Zaphod.
- Pues claro -dijo Ford-, yo lo firmaría con sumo placer.
- Pero hemos de tener un producto, ¿comprendes? -dijo Frankie-; me refiero a que,
desde un punto de vista ideal, de una forma o de otra seguimos necesitando la Pregunta
Ultima.
Zaphod se inclinó hacia Arthur y le dijo:
- Mira, si se quedan ahí sentados en el estudio con aire de estar muy tranquilos y se
limitan a decir que conocen la Respuesta a la pregunta de la Vida, del Universo y de
Todo, para luego admitir que en realidad es Cuarenta y dos, es probable que el
espectáculo se quede bastante corto. Faltarán detalles, ¿comprendes?
- Debemos tener algo que suene bien -dijo Benjy.
- ¡Algo que suene bien! -exclamó Arthur-. ¿Una Pregunta última que suene bien?
¿Expresada por un par de ratones?
Los ratones se encresparon.
- Bueno, yo digo que sí al idealismo, sí a ja dignidad de la investigación pura, sí a la
búsqueda de la verdad en todas sus formas, pero me temo que se llega a un punto en
que se empieza a sospechar que si existe una verdad auténtica, es que toda la infinitud
multidimensional del Universo está regida, casi sin lugar a dudas, por un hatajo de locos.
Y si hay que elegir entre pasarse otros diez millones de años averiguándolo, y coger el
dinero y salir corriendo, a mí me vendría bien hacer ejercicio -dijo Frankie.
- Pero... -empezó a decir Arthur, desesperado.
- Oye, terráqueo -le interrumpió Zaphod-, ¿quieres entenderlo? Eres un producto de la
última generación de la matriz de ese ordenador, ¿verdad?, y estabas en tu planeta en el
preciso momento de su destrucción, ¿no es así?
- Humm...
- De manera que tu cerebro formaba parte orgánica de la penúltima configuración del
programa del ordenador -concluyó Ford con bastante lucidez, según le pareció.
- ¿De acuerdo? -preguntó Zaphod.
- Pues... -dijo Arthur en tono de duda. No tenía conciencia de haber formado parte
orgánica de nada. Siempre había considerado que ése era uno de sus problemas.
- En otras palabras -dijo Benjy, acercándose a Arthur en su curioso y pequeño
vehículo-, hay muchas probabilidades de que la estructura de la pregunta esté codificada
en la configuración de tu cerebro; así que te lo queremos comprar.

- ¿El qué, la pregunta? -preguntó Arthur.
- Sí -dijeron Ford y Trillian.
- Por un montón de dinero -sugirió Zaphod.
- No, no -repuso Frankie-, lo que queremos comprar es el cerebro.
- iCómo!
- Bueno, ¿quién iba a echarlo de menos? -añadió Benjy.
- Creía que podíais leer su cerebro por medios electrónicos -protestó Ford.
- Ah, sí -dijo Frankie-, pero primero tenemos que sacarlo. Tenemos que prepararlo.
- Que tratarlo -añadió Benjy. - Que cortarlo en cubitos.
- Gracias -gritó Arthur, derribando la silla y retrocediendo horrorizado hacia la puerta.
- Siempre se puede volver a poner -explicó Benjy en tono razonable-, si tú crees que es
importante.
- Sí, un cerebro electrónico -dijo Frankie-; uno sencillo sería suficiente.
- ¡Uno sencillo! -gimió Arthur.
- Sí -dijo Zaphod, sonriendo de pronto con una mueca perversa-, sólo tendrías que
programarlo para decir: ¿Qué?, No comprendo y ¿Dónde está el té? Nadie notaría la
diferencia.
- ¿Cómo? -gritó Arthur, retrocediendo aún más.
- ¿Entiendes lo que quiero decir? -le preguntó Zaphod, aullando de dolor por algo que
le hizo Trillian en aquel momento.
- Yo notaría la diferencia -afirmó Arthur.
- No, no la notarías -le dijo el ratón Frankie-; te programaríamos para que no la notaras.
Ford se dirigió hacia la puerta.
- Escuchad, queridos amigos ratones -dijo-; me parece que no hay trato.
- A mí me parece que sí -dijeron los ratones a coro, y todo el encanto de sus vocecitas
aflautadas se desvaneció en un instante. Con un débil gemido sus dos vehículos de cristal
se elevaron por encima de la mesa y surcaron el aire hacia Arthur, que siguió dando
tropezones hacia atrás hasta quedar arrinconado y sintiéndose incapaz de solucionar
aquel problema ni de pensar en nada.
Trillian lo tomó desesperadamente del brazo y trató de arrastrarlo hacia la puerta, que
Ford y Zaphod intentaban abrir con esfuerzo, pero Arthur era un peso fuerte, parecía
hipnotizado por los roedores que se abalanzaban por el aire hacia él.
Trillian le dio un grito, pero él siguió con la boca abierta.
De otro empujón, Ford y Zaphod lograron abrir la puerta. Al otro lado había una
cuadrilla de hombres bastante feos que, según supusieron, eran los tipos duros de

Magrathea. No sólo ellos eran feos; el equipo médico que llevaban distaba mucho de ser
bonito. Arremetieron contra ellos.
De ese modo, Arthur estaba a punto de que le abrieran la cabeza, Trillian no podía
ayudarle y Ford y Zaphod se encontraban en un tris de ser atacados por varios bribones
bastante más fuertes y mejor armados que ellos.
Con todo, tuvieron la suerte extraordinaria de que en aquel preciso momento todas las
alarmas del planeta empezaron a sonar con un estruendo ensordecedor.

- ¡Emergencia! ¡Emergencia! -proclamaron ruidosamente los altavoces por todo
Magrathea-. Una nave enemiga ha aterrizado en el planeta. Intrusos armados en la
sección 8A. ¡Posiciones defensivas, posiciones defensivas!
Los dos ratones agitaban irritados los hocicos entre los fragmentos de sus vehículos de
vidrio, que se habían roto contra el lo.
- ¡Condenación! -murmuró el ratón Fankie-. ¡Todo este alboroto por un kilo de cerebro
terráqueo!
Empezó a moverse de un lado para otro, mientras sus ojos rosados echaban chispas y
se le erizaban los pelos blancos por la electricidad estática.
- Lo único que podemos hacer ahora -le dijo Benjy, agachándose y mesándose
reflexivamente los bigotes- es tratar de inventarnos una pregunta que tenga visos de
credibilidad.
- Es difícil -comentó Frankie. Pensó-. ¿Qué te parece: Que es una cosa amarilla y
peligrosa?
- No, no es buena -dijo Benjy tras considerarlo un momento-. No cuadra con la
respuesta.
Guardaron silencio durante unos segundos.
- Muy bien -dijo Benjy-. ¿Qué resultado se obtiene al multiplicar seis por siete?
- No, no, eso es muy literal, demasiado objetivo -alegó Frankie-. No confirmaría el
interés de los apostadores.
Volvieron a pensar.
- Tengo una idea -dijo Frankie al cabo de un momento-. ¿Cuántos caminos debe
recorrer un hombre?
- ¡Ah! -exclamó Benjy-. ¡Eso parece prometedor! - Repasó un poco la frase y afirmó-:
¡Sí, es excelente! Parece tener mucho significado sin que en realidad obligue a decir nada
en absoluto. ¿Cuántos caminos debe recorrer un hombre? Cuarenta y dos. ¡Excelente,
excelente! Eso los confundirá. ¡Frankie, muchacho, estamos salvados!

Con la emoción, ejecutaron una danza retozona.
Cerca de ellos, en el suelo, yacían varios hombres bastante feos a quienes habían
golpeado en la cabeza con pesados premios de proyectos.
A casi un kilómetro de distancia, cuatro figuras corrían por un pasillo buscando una
salida. Dieron a una amplia sala de ordenadores. Miraron frenéticamente en derredor.
- ¿Por qué camino te parece, Zaphod? -preguntó Ford.
- Así, a bulto, diría que por allí -dijo Zaphod, echando a correr hacia la derecha, entre
una fila de ordenadores y la pared. Cuando los demás empezaron a seguirle, se vio
frenado en seco por un rayo de energía que restalló en el aire a unos centímetros delante
de él, achicharrando un trozo de la pared contigua.
- Muy bien, Beeblebrox - se oyó por un altavoz-, detente ahí mismo. Te estamos
apuntando.
- ¡Polis! -siseó Zaphod, empezando a dar vueltas en cuclillas-. ¿Tienes alguna
preferencia, Ford?
- Muy bien, por aquí -dijo Ford, y los cuatro echaron a correr por un pasillo entre dos
filas de ordenadores.
Al final del pasillo apareció una figura, armada hasta los dientes y vestida con un traje
espacial, que les apuntaba con una temible pistola Mat-O-Mata.
- ¡No queremos dispararte, Beeblebrox! -gritó el hombre. - ¡Me parece estupendo! -
replicó Zaphod, precipitándose por un claro entre dos unidades de proceso de datos.
Los demás torcieron bruscamente tras él.
- Son dos -dijo Trillian-. Estamos atrapados.
Se agacharon en un rincón entre la pared y un ordenador grande.
Contuvieron la respiración y esperaron.
De pronto, el aire estalló con rayos de energía cuando los dos policías abrieron fuego a
la vez contra ellos.
- Oye, nos están disparando -dijo Arthur, agachándose y haciéndose un ovillo-. Creí
que habían dicho que no lo harían.
- Sí, yo también lo creía -convino Ford.
Zaphod asomó peligrosamente una cabeza.
- ¡Eh! -gritó. ¡Creí que habías dicho que no ibais a dispararnos!
Volvió a agacharse.
Esperaron.
- ¡No es fácil ser policía! -le replicó una voz al cabo de un momento.
- ¿Qué ha dicho? -susurró Ford, asombrado.
- Ha dicho que no es fácil ser policía.

- Bueno, eso es asunto suyo, ¿no?
- Eso me parece a mí.
- ¡Eh, escuchad! -gritó Ford-. ¡Me parece que ya tenemos bastantes contrariedades con
que nos disparéis, de modo que si dejáis de imponernos vuestros propios problemas, creo
que a todos nos resultará más fácil arreglar las cosas!
Hubo otra pausa y luego volvió a oírse el altavoz.
- ¡Escucha un momento, muchacho! -dijo la voz-. ¡No estáis tratando con unos
pistoleros baratos, estúpidos y retrasados mentales, con poca frente, ojillos de cerdito y
sin conversación; somos un par de tipos inteligentes y cuidadosos que probablemente os
caeríamos simpáticos si nos conocierais socialmente! ¡Yo no voy por ahí disparando por
las buenas a la gente para luego alardear de ello en miserables bares de vigilantes del
espacio, como algunos policías que conozco! ¡Yo voy por ahí disparando por las buenas a
la gente, y luego me paso las horas lamentándome delante de mi novia!
- ¡Y yo escribo novelas! -terció el otro policía-. ¡Pero todavía no me han publicado
ninguna, así que será mejor que os lo advierta: estoy de maaaaal humor!
- ¿Quiénes son esos tipos? -preguntó Ford, con los ojos medio fuera de las órbitas.
- No lo sé -dijo Zaphod-, me parece que me gustaba más cuando disparaban.
- De manera que, o venís sin armar jaleo - volvió a gritar uno de los policías-, u os
hacemos salir a base de descargas.
- ¿Qué preferís vosotros? -gritó Ford.
Un microsegundo después, el aire empezó a hervir otra vez a su alrededor, cuando los
rayos de las Mat-O-Mata empezaron a dar en el ordenador que tenían delante.
Durante varios segundos las ráfagas continuaron con insoportable intensidad.
Cuando se interrumpieron, hubo unos segundos de silencio casi absoluto mientras se
apagaban los ecos.
- ¿Seguís ahí? -gritó uno de los policías.
- Sí -respondieron ellos.
- No nos ha gustado nada hacer eso -dijo el otro policía.
- Ya nos hemos dado cuenta -gritó Ford.
- ¡Escucha una cosa, Beeblebrox, y será mejor que atiendas bien!
- ¿Por qué? -gritó Zaphod.
- ¡Porque es algo muy sensato, muy interesante y muy humano! -gritó el policía-.
Veamos: ¡o bien os entregáis todos ahora mismo, dejando que os golpeemos un poco,
aunque no mucho, desde luego, porque somos firmemente contrarios a la violencia
innecesaria, o hacemos volar este planeta y posiblemente uno o dos más con que nos
crucemos al marchamos!
- ¡Pero eso es una locura! -gritó Trillian-. ¡No haríais una cosa así!
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- ¡Claro que lo haríamos! -gritó el policía, y le preguntó a su compañero-: ¿verdad?
- ¡Pues claro que lo haríamos, sin duda! -respondió el otro.
- Pero ¿por qué? -preguntó Trillian.
- ¡Porque hay cosas que deben hacerse aunque se sea un policía liberal e ilustrado que
lo sepa todo acerca de la sensibilidad y esas cosas!
- Yo, simplemente, no creo a esos tipos -murmuró Ford, meneando la cabeza.
- ¿Volvemos a dispararles un poco? -le preguntó un policía al otro.
- Sí, ¿por qué no?
Volvieron a soltar otra andanada eléctrica.
El ruido y el calor eran absolutamente fantásticos. Poco a poco, el ordenador
empezaba a desintegrarse. La parte delantera casi se había fundido, y gruesos arroyuelos
de metal derretido corrían hacia donde estaban agazapados los fugitivos. Se retiraron un
poco más y aguardaron el final.

Pero el final nunca llegó, al menos entonces.
La andanada se cortó bruscamente, y el súbito silencio que siguió quedó realzado por
un par de gorgoteos sofocados y sendos golpes secos.
Los cuatro se miraron mutuamente.
- ¿Qué ha pasado? -dijo Arthur.
- Han parado -le contestó Zaphod, encogiéndose de hombros.
- ¿Por qué?
- No lo sé. ¿Quieres ir a preguntárselo?
- No.
Esperaron.
- ¡Eh! -gritó Ford.
No respondieron.
- ¡Qué raro!
- A lo mejor es una trampa.
- No son lo bastante inteligentes.
- ¿Qué fueron esos golpes secos?

- No sé.
Aguardaron unos segundos más.
- Muy bien -dijo Ford-, voy a echar una ojeada. Miró a los demás.
- ¿Es que nadie va a decir: No, tú no puedes ir, deja que vaya en tu lugar?
Todos los demás menearon la cabeza.
- Bueno, vale -dijo, poniéndose en pie. Durante un momento no pasó nada.
Luego, al cabo de un segundo o así, siguió sin pasar nada.
Ford atisbó entre la espesa humareda que se elevaba del ordenador en llamas.
Con cautela, salió al descubierto. Siguió sin pasar nada.
Entre el humo, vio a unos veinte metros el cuerpo vestido con un traje espacial de uno
de los policías. Estaba tendido en el suelo, en un montón arrugado. A veinte metros, en
dirección contraria, yacía el segundo hombre. No había nadie más a la vista.
Eso le pareció sumamente raro a Ford.
Lenta, nerviosamente, se acercó al primero. Al aproximarse, el cuerpo inmóvil ofrecía
un aspecto tranquilizador, y quieto e indiferente estaba cuando llegó a su lado y puso el
pie sobre la pistola Mat-O-Mata, que aún colgaba de sus dedos inertes.
Se agachó y la recogió, sin encontrar resistencia.
Era evidente que el policía estaba muerto.
Un rápido examen demostró que procedía de Blagulon Kappa: era un ser orgánico que
respiraba metano y cuya supervivencia en la tenue atmósfera de oxígeno de Magrathea
dependía del traje espacial.
El pequeño ordenador del mecanismo de mantenimiento vital que llevaba en la mochila
parecía haber estallado de improviso.
Ford husmeó en su interior con asombro considerable. Aquellos diminutos ordenadores
de traje solían estar alimentados por el ordenador principal de la nave, con el que estaban
directamente conectados por medio del subeta. Semejante mecanismo era a prueba de
fallos en toda circunstancia, a menos que algo fracasara totalmente en la retroacción,
cosa que no se conocía.
Se acercó deprisa hacia el otro cuerpo y descubrió que le había ocurrido exactamente
el mismo accidente inconcebible, probablemente al mismo tiempo.
Llamó a los demás para que lo vieran. Llegaron y compartieron su asombro, pero no su
curiosidad.
- Salgamos a escape de este agujero -dijo Zaphod-. Si lo que creo que busco está aquí,
no lo quiero.
Cogió la segunda pistola Mat-O-Mata, arrasó un ordenador contable, absolutamente
inofensivo, y salió precipitadamente al pasillo, seguido de los demás. Casi destruyó un
aerodeslizador que los esperaba a unos metros de distancia.

El aerodeslizador estaba vacío, pero Arthur lo reconoció: era el de Slartibarfast.
Había una nota para él sujeta a una parte de sus escasos instrumentos de conducción.
En la nota había trazada una flecha que apuntaba a uno de los mandos.
Decía: Probablemente, éste es el mejor botón para apretar.

El aerodeslizador los impulsó a velocidades que excedían de R17 por los túneles de
acero que llevaban a la pasmosa superficie del planeta, ahora sumida en otro lóbrego
crepúsculo matinal. Una horrible luz grisácea petrificaba la tierra.
R es una medida de velocidad, considerada como razonable para viajar y compatible
con la salud, con el bienestar mental y con un retraso no mayor de unos cinco minutos.
Por tanto, es una figura casi infinitamente variable según las circunstancias, ya que los
dos primeros factores no sólo varían con la velocidad considerada como absoluta, sino
también con el conocimiento del tercer factor. A menos que se maneje con tranquilidad,
tal ecuación puede producir considerable tensión, úlceras e incluso la muerte.
R17 no es una velocidad fija, pero sí muy alta.
El aerodeslizador surcó el espacio a R17 y aún más, dejando a sus ocupantes cerca
del Corazón de Oro, que estaba severamente Plantado en la superficie helada como un
hueso calcinado, y luego se precipitó en la dirección por donde los había traído,
probablemente para ocuparse de importantes asuntos particulares.
Entraron los cuatro a la nave, tiritando.
Junto a ella, había otra.
Era la nave patrulla de Blagulon Kappa, bulbosa y con forma de tiburón, de color verde
pizarra y apagado; tenía escritos unos caracteres negros, de varios tamaños y diversas
cotas de hostilidad. La leyenda informaba a todo aquel que se tomara la molestia de leerla
de la procedencia de la nave, de a qué sección de la policía estaba asignada y de adónde
debían acoplarse los repuestos de energía.
En cierto modo parecía anormalmente oscura y silenciosa, hasta para una nave cuyos
dos tripulantes yacían asfixiados en aquel momento en una habitación llena de humo a
varios Kilómetros por debajo del suelo. Era una de esas cosas extrañas que resultan
imposibles de explicar o definir, pero que pueden notarse cuando una nave está
completamente muerta.
Ford lo notó y lo encontró de lo más misterioso: una nave y dos policías habían muerto
de forma espontánea. Según su experiencia, el Universo no actuaba de aquel modo.
Los demás también lo notaron, pero sintieron con mayor fuerza el frío intenso y
corrieron al Corazón de Oro padeciendo de un ataque agudo de falta de curiosidad.

Ford se quedó a examinar la nave de Blagulon. Al acercarse, casi tropezó con un
cuerpo de acero que yacía inerte en el polvo frío.
- ¡Marvin! -exclamó-. ¿Qué estás haciendo?
- No te sientas en la obligación de reparar en mí, por favor - se oyó una voz monótona y
apagada.
- Pero ¿cómo estás, hombre de metal? -inquirió Ford.
- Muy deprimido.
- ¿Qué te pasa?
- No lo sé -dijo Marvin-. Es algo nuevo para mí.
- Pero ¿por qué estás tumbado de bruces en el polvo? - le preguntó Ford, tiritando y
poniéndose en cuclillas junto a él.
- Es una manera muy eficaz de sentirse desgraciado -dijo Marvin-. No finjas que
quieres charlar conmigo, sé que me odias.
- No, no te odio.
- Sí, me odias, como todo el mundo. Eso forma parte de la configuración del Universo.
Sólo tengo que hablar con alguien y en seguida empieza a odiarme. Hasta los robots me
odian. Si te limitas a ignorarme, creo que me marcharé.
Se puso en pie de un salto y miró resueltamente en dirección contraria.
- Esa nave me odiaba -dijo en tono desdeñoso, señalando a la nave de la policía.
- ¿Esa nave? -dijo Ford, súbitamente alborotado-. ¿Qué le ha pasado? ¿sabes?
- Me odiaba porque le hablé.
- ¡Que le hablaste! -exclamó Ford-. ¿Qué quieres decir con eso de que le hablaste?
- Algo muy simple. Me aburría mucho y me sentía muy deprimido, así que me acerqué
y me conecté a la toma externa del ordenador. Hablé un buen rato con él y le expliqué mi
opinión sobre el Universo -dijo Marvin.
- ¿Y qué pasó? -insistió Ford.
- Se suicidó -dijo Marvin, echando a andar con aire majestuoso hacia el Corazón de
Oro.

Aquella noche, mientras el Corazón de Oro procuraba poner varios años luz entre su
propio casco y la Nebulosa Cabeza de Caballo, Zaphod holgazaneaba bajo la pequeña
palmera del puente tratando de ponerse en forma el cerebro con enormes detonadores
gargáricos pangalácticos; Ford y Trillian estaban sentados en un rincón hablando de la

vida y de los problemas que suscita; y Arthur se llevó a la cama el ejemplar de Ford de la
Guía del autoestopista galáctico. Pensó que, como iba a vivir por allí, sería mejor
aprender algo al respecto.
Se topó con un artículo que decía:
«La historia de todas las civilizaciones importantes de la galaxia tiende a pasar por tres
etapas diferentes y reconocibles, las de Supervivencia, Indagación y Refinamiento,
también conocidas por las fases del Cómo, del Por qué y del Dónde.
»Por ejemplo, la primera fase se caracteriza por la pregunta: ¿Cómo podemos comer?;
la segunda, por la pregunta: ¿Por qué comemos?; y la tercera, por la pregunta: ¿Dónde
vamos a almorzar?»
No siguió adelante porque el intercomunicador de la nave se puso en funcionamiento.
- ¡Hola, terráqueo! ¿Tienes hambre, muchacho? -dijo la voz de Zaphod.
- Pues..., bueno, sí. Me apetece picar un poco -dijo Arthur.
- De acuerdo, chico, aguanta firme -le dijo Zaphod-. Tomaremos un bocado en el
restaurante del Fin del Mundo.

FIN

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