28.11.06

La Inmundicia Popular



Si te quieres matar, ¿por qué no te quieres matar?
¡Ah, aprovecha! que yo, que tanto amo la muerte y la vida,
si osase matarme, también me mataría…
¡Ah, si lo osas, ósalo!
¿De qué te sirve el cuadro sucesivo de las imágenes externas
al que llamamos mundo?
¿La cinematografía de las horas representadas
por actores de convenciones y poses determinadas,
el circo polícromo de nuestro dinamismo sin fin?
¿De qué te sirve tu mundo interior que desconoces?
Tal vez, matándote, lo conozcas finalmente…
Tal vez, acabando, comiences…
Y de cualquier forma, si te cansa ser,
ah, cánsate noblemente,
¡Y no cantes, como yo, la vida por borrachera,
no saludes como yo la muerte en literatura!

¿Haces falta? ¡Oh sombra fútil llamada gente!
Nadie hace falta; no le haces falta a nadie…
Sin ti saldrá todo sin ti.
Tal vez sea peor para otros el que existas que el que te mates…
Tal vez peses más durando, que dejando de durar…

¿El dolor de los demás?… ¿Tienes remordimiento anticipado
de que te lloren?
Sosiega: poco te llorarán…
El impulso vital apaga las lágrimas poco a poco,
cuando no son por cosas nuestras,
cuando son de lo que ocurre a los demás, sobre todo la muerte,
porque es la cosa después de la cual nada ocurre a los demás…

Primero es la angustia, la sorpresa de la llegada
del misterio y de la falta de tu vida hablada…
Después el horror del ataúd visible y material,
y los hombre de negro que ejercen la profesión de estar allí.

Después la familia velando, inconsolable y contando chistes,
lamentando la pena de que hayas muerto,
y tú mera causa ocasional de aquel plañimiento,
tú verdaderamente muerto, mucho más muerto de lo que te imaginas…
Mucho más muerto aquí de lo que te imaginas,
Aunque estés mucho más vivo allá…

Después la trágica retirada al panteón o al hoyo,
y después el principio de la muerte de tu recuerdo.
Hay primero en todos un alivio
de la tragedia un poco latosa de que hayas muerto…
Después la conversación se aligera cotidianamente,
y la vida de todos los días retoma su día…

Después, lentamente olvidaste.
Sólo eres recordado en dos fechas anualmente:
cuando hace años que naciste, cuando hace años que moriste;
nada más, nada más, absolutamente nada más.
Dos veces al año piensan en ti.
Dos veces al año suspiran por ti los que te amaron,
y una que otra vez suspiran si por casualidad se habla de ti.

Encárate en frío, y encara en frío lo que somos…
Si quieres matarte, mátate…
¡No tengas escrúpulos morales, recelos de inteligencia!…
¿Qué escrúpulos o recelos tiene la mecánica de la vida?
¿Qué escrúpulos químicos tiene el impulso que genera las savias, y la circulación de la sangre, y el amor?
¿Qué recuerdo de los demás tiene el ritmo alegre de la vida?
Ah, pobre vanidad de carne y hueso llamada hombre,
¿no ves que no tienes importancia absolutamente ninguna?

Eres importante para ti, porque es a ti que te sientes.
Lo eres todo para ti, porque para ti eres el universo,
y el universo mismo y los demás
satélites de tu subjetividad objetiva.
Eres importante para ti porque sólo tú eres importante para ti.
y si eres así, oh mito, ¿no serán los demás así?

¿Tienes, como Hamlet, el pavor de lo desconocido?
¿Pero qué es conocido? ¿Qué es lo que tú conoces,
para que llames desconocido a cualquier cosa en particular?

¿Tienes, como Falstaff, el amor grasiento de la vida?
Si así la amas materialmente, ámala aún más materialmente:
¡Hazte parte carnal de la tierra y de las cosas!
Dispérsate, sistema fisicoquímico
de células nocturnamente consciente
por la nocturna conciencia de la inconsciencia de los cuerpos,
por la gran manta no-cubriendo-nada de las apariencias,
por el césped y la hierba de la proliferación de los seres,
por la niebla atómica de las cosas,
por las paredes torbellinantes
del vacío dinámico del mundo…