10.10.06

Diosa


Érase una vez un hombre pobre, tan pobre que carecía de familia,

alimentándose únicamente de ratones silvestres con cuyas pieles se

había fabricado un tseha o calzón corto, que apenas le llegaba a la

rodilla, constituyendo esta prenda su único vestido.

Cierto día que salió a cazar ratones silvestres como de costumbre,

tropezó de pronto con un huevo de avestruz.

Lo llevó rápidamente a su hogar y reanudó seguidamente la caza.

Cuando regresó, fatigado por la dura jornada y hambriento, ya que

sólo había conseguido cazar dos miserables ratones, se encontró la

mesa puesta y sobre ella un apetitoso voala de harina de mijo y

carne de cordero lechal.

Asombrado, exclamó:

-¿Me habré casado sin saberlo?... Esta comida es obra de una mujer,

sin duda alguna... ¿Eh, dónde está la mujer que ha hecho esto?

En aquel momento se abrió el huevo de avestruz que recogiera y salió

de él una doncella hermosísima.

-Me llamo Seetetelané -dijo con dulce voz-. Permaneceré a tu lado

hasta que, en un momento de embriaguez, me llames hija de huevo de

avestruz. Si lo hicieras, desapareceré y no volverás jamás a verme.

El cazador de ratones salvajes prometió solemnemente no embriagarse

en su vida y durante varios días gozó de una existencia paradisíaca

en compañía de su bella esposa, que le narraba cuentos maravillosos

y le confeccionaba platos exquisitos.

Un día, viendo que se aburría, le dijo:

-¿Te gustaría convertirte en jefe de tribu y tener esclavos,

animales y servidores?

-¿Serías tú capaz de proporcionármelos? -preguntó él incrédulo.

Seetetelané sonrió.

Acto seguido dio una patada en el suelo y la tierra se abrió,

surgiendo de ella una caravana de esclavos con camellos, caballos,

mulos, bueyes, carneros y cabras, así como gran número de hombres y

mujeres que inmediatamente empezaron a aclamar al cazador de

ratones, gritando con todas sus fuerzas:

-¡Viva nuestro jefe! ¡Viva nuestro jefe!

El hombre se pellizcaba las mejillas para convencerse de que no

soñaba.

Seetetelané, sonriendo, le hizo mirarse en las aguas de un riachuelo

y se dio cuenta de que estaba joven y apuesto, y que su tseha de

pieles de ratones se había transformado en riquísimos vestidos de

pieles de chacal, de pelo largo y de mucho abrigo.

Cuando volvieron a la choza, ésta se había convertido en una casa de

piedra y madera con cuatro recintos y su habitación estaba llena de

pieles de pantera, cebra, chacal y león.

Estuvo a punto de desmayarse al ver tanta riqueza.

Durante dos semanas se condujo como un verdadero jefe, haciendo

equitativa justicia entre los suyos y dando ejemplo de sabiduría,

enseñándoles a trabajar la tierra y a cazar o a erigir cabañas de

troncos y hojas.

Pero una noche celebraron una fiesta para conmemorar el nacimiento

de un niño, y el antiguo cazador de ratones no supo resistir a la

tentación de beber.

Cuando hubo trasegado a su vientre cuatro vasos de maíz fermentado

se le enturbiaron los ojos, se le soltó la lengua y empezó a

insultar a los padres de familia que asistían a la reunión.

Seetetelané, disgustada, quiso hacerlo entrar en razón, pero él,

furioso por la intervención de su esposa, le dio un empujón terrible

y exclamó con voz pastosa de borracho:

-¡Quítate de mi presencia, miserable hija de un huevo de avestruz!

Seetetelané lo miró dolorosamente y no dijo nada.

Aquella noche, el borracho sintió frío. Se levantó para buscar una

piel de chacal y no encontró ninguna. Salió a la puerta para llamar

a un esclavo y se dio cuenta de que se hallaba en su antigua cabaña

y de que estaba completamente solo, vestido con su tseha de pieles

de ratones salvajes.

El bienestar que había gozado durante aquellas semanas lo había

vuelto más sensible a los rigores de la temperatura, haciéndolo

infinitamente perezoso.

El resultado fue que a los pocos dios murió de hambre y de frío, más

solo que un leproso, reprochándose hasta su último momento su falta

de voluntad para resistir a la tentación de la embriaguez que había

causado su desgracia.

FIN

9.10.06

Satán!

Vos. El más sabio y el más bello de los Angeles, traicionado por la suerte y privado de alabanzas.
Vos. Príncipe del Exilio, a quien se le ha hecho un agravio, y que vencido, siempre te levantas más fuerte.

Vos. Lo sabes todo, sos el gran rey de las cosas subterráneas, sos el sanador familiar de las angustias humanas.

Vos. Que, lo mismo a los leprosos que a los parias malditos, enseñas por amor el gusto del Paraíso.

Vos. Que de la Muerte, tu vieja y fuerte amante, engendras la Esperanza (una loca encantadora)

Vos. Vos sabes en qué ángulos de las tierras envidiosas, el Dios celoso escondió las piedras preciosas,

Vos. Tu mano aleja el vacío de los pies del sonámbulo al que seducen los tejados.

Vos. Mágicamente ablandas los viejos huesos del borracho atropellado.

Vos. Vos pusiste en los ojos y el corazón de las hembras, el culto de la llaga.

Vos. Bastón de los exiliados, luz de los inventores, Confesor de los ahorcados y de los conspiradores.

Vos...vos tenés que tener piedad de mi miseria.

Sería esto, un bonito aggiornamiento...

2.10.06

Las páginas... en ORDEN!

Un peul y un bambara, que compartían la misma celda, se enteraron a
través del guardián de que por orden del rey uno de ellos sería
castrado y el otro decapitado.
El peul, más astuto que el bambara, empezó a quejarse de inmediato,
gritando que le dolían los testículos, que le dolían mucho y que
pedía un alivio. Gritó tan fuerte que el guardián fue corriendo,
armado con un sable afilado, y le desembarazó de los dos objetos de
su dolor. El peul sufrió muchísimo el resto de la noche, pero en el
fondo de sí mismo estaba contento por haber salvado la cabeza.
A su lado, el bambara dormía profundamente.
Por la mañana el rey los hizo llamar y les anunció que eran libres.
Su castigo había sido levantado.
El peul se lanzó a una serie de imprecaciones y lamentaciones:
-¡El bambara ha salvado la vida -gritaba- y yo he perdido mis
testículos!
-Nunca hay que leer la página cinco antes de la página cuatro -le
dijo el rey.
FIN