4.4.10

Mala vida

(se me va a las manos la historia que tengo en mente y se me va de las manos lo que es hermoso que tengo que pensar.
Mentes que rugen sobre manos carcomidas se llevan mi historia)

Mi personaje intenta levantarse de la ronda de camas y grita, y de pronto, algo deja de latir. Yo le sostengo la mano. Alguien tiene que darle ánimo al infeliz.

- “Se repite esta operación hasta que todos decimos el nombre de Ese por quien silenciamos a nuestras almohadas”.- nos dice uno de los enfermeros.

(quizás sean vínculos inútiles los que lo mantienen atado a la cama, correas ajustadas que le impiden arrancarse la alimentación forzosa, ese suero que nunca lo termina de llenar y que apenas le humedece el subsuelo de las venas)

- “Y parecería que todos dormimos, pero ¡Silencio! ¡Oigamos! Todos estamos nombrando”.- sigue.
El enfermero parece una maestra jardinera.

A veces uno se da cuenta de que todo terminó cuando (nota que) (siente que) tiene que volver a empezar.
(pero hay cosas que empiezan antes de que todo termine)
La muerte planea, siempre dando vueltas, siempre cerca de ese segundo en el que todo comienza.

Lo miro retorcerse y no, no entiendo cómo pudo terminar así.

“Hablaba poco, pero con ese poco, él podía convencer a la luna de que se hiciera dado para su Ludo Matic. Después desaparecía hacia las torres más oscuras a esperar un nuevo renacimiento en serie, algo que lo llenara de maravillas, o a esperar a que se le durmieran las fieras, esas cosas que lo desgarraban, tan parecidas a su alma.”

Yo lo dejo que apriete mi mano. Nada memorable ni excepcional saldrá de mi propio vacío. Nada grandioso, salvo el saber que el viento (también) nace en mis pulmones.

“Lo suyo era como un sueño, un mandala a medio desmantelar trabado en el disimulo de mi escritura, como el de un ángel al que por error le hubiera dado por tomar forma humana hasta llorar por lo único que no ha perdido pero que aún no encuentra.”

Las comillas, los paréntesis y las letras cursivas siempre me recuerdan que los corazones se huelen a pesar de las distancias.

El enfermero se acerca a nosotros y nos señala. Sólo le falta la Biblia y escupirme.
- “Una persona que es capaz de arrojar su alma hacia arriba sabiendo que no va a atravesar el techo es deliberadamente estúpida”.

Él lo hacía.

(lógicamente su alma nunca atravesó el techo)

“Cayó su alma, varias veces muerta (o sin un rasguño) al suelo.
Se elevó su alma, varias veces viva (o sin sentido) hacia el techo.
Y varias veces, mientras él la arrojaba y nombraba, yo profanaba con mi tinta y con mi mente su historia de diamante.”

O el techo o su alma, algo hice demasiado sólido.
Pude hacérsela más fácil. Pero no lo hice.
(y un poco me arrepiento)

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