4.4.10

Contradicción con patas


Se fue hundiendo, montado al ancla, seco de tanto tomar.

Iba meando los corales.
Les había declarado amor eterno desde adentro de la escafandra.
Sabía varias recetas de comidas con relleno:
Tomates rellenos, zapallitos rellenos, huevos rellenos.
Digo yo: El obelisco tendrá raiz?


Uno de mis mayores problemas es que tengo una imaginación plagada de contradicciones.
Por eso, en los cuentos que imagino, todos los personajes mueren (o ya están muertos y todavía no se enteran) o dibujaron una puerta en alguna de las medianeras de la historia y se escaparon para siempre, porque saben (si, siempre los dejé que se dieran cuenta de eso) que, en realidad, los límites que les impongo no existen, como tampoco existen los espejismos, ni los oasis, y en cambio sí las puertas y las paredes y las ganas de atravesarlas y de escapar.
A veces me pasa que es tanta la quietud de este lado, la ausencia de historias sensatas o cuentos lógicos, que me dejo atrapar por el deseo de adentrarme a imaginar qué puede estar pasando ahí adentro y ver así si todos los personajes que inventé (y que eligieron quedarse) están igual que cuando los nací, o también se han ido, o muerto.
Pero no lo hago. Y creo que no lo hago porque ellos me avergüenzan.
No puedo (ni quiero) pensar que detrás de esta calma mía de pincel vacío, de sin puertas y sin ganas, hay entes posibles, y no solamente ideas amputadas de ánimo que no saben qué hacer con lo que les queda, que es, probablemente, sólo un enorme miedo a escapar.
Pero de todas maneras, y aún sabiendo que no voy a entrar ni por un instante, me siento frente a la pared y la miro. Porque la placidez del muro sin puertas me señala que la vida, en general, ya no es para siempre, lo cual es un alivio, en particular para mí (aunque algunos todavía se empecinen en hablarme de la eternidad y del cielo y del infierno con palabras con las que sólo logran reforzar las propias esperanzas de éxito a sus más íntimos anhelos de continuidad).
Me gusta ver esa pared, en silencio, morbosamente lleno yo de lápices en la mano, porque es en esos momentos, mientras la observo, cuando más siento que algo me encadena radicalmente al suelo (pues de otra manera sería imposible no elevarme yo varios centímetros y prenderme fuego en el aire en una espeluznante coreografía bonzo) y vuelvo a comprender que, muy a pesar de mi orgullo, lo mío es, también, una cuestión de miedo.
Y qué extravagancia tanto miedo untado a mi adn contradiciéndole el deseo de desovillarse y hundirse en el barro en busca de nutrientes. Yo podría tomar las puntas de sus hilos y devanarlo para (otro día) tejerme de nuevo en un yo más tranquilo o más sabio. Una nueva construcción sin palabras sintéticas ni perfumes asfixiantes. La luz nacería de mis ojos y no habría nada que corregir. Sólo sería mirar las paredes con la consciencia sanada y las pestañas quietas.
Pero nada de esto ocurre y entonces, cada tanto, me siento un buen rato frente a la pared a imaginar ventanas y puertas para que mis personajes escapen y mis raíces aprovechen y busquen y busquen por donde hay que buscar.

Archívese.

No hay comentarios.: