4.4.10

Machorra...varonera!

Será que nací en una de las grandes capitales del mundo, pero me crié en una ciudad-pueblo. Las fiestas las hacíamos en casas de fin de semana.
Iban drogones, pichones de algo, de cosas….jugadores ponbres de truco, desocupados..madres solteras…bajistas sin banda fija y muchos “comunistas”. Y todas las mujeres que asistían eran varones, hermosas. De ley, todas particulares.

Desde chico siempre me llamó la atención una cualidad cuasi paradojal de las varoneras: teniendo naturalmente un objetivo feminista (igualdad de género) es en esencia machista y detesta.
No a la mujer, sino a la dama peligrosa que enarbola la bandera del feminismo como bandera.

Ahora , de grande y a mis 38, entiendo que la varonera siempre tuvo razón: las feminsitas luchan para acceder a los tópicos más tristes del hombre: quiren poder, mas guita, ser árbitros de fútbol.
A las varoneras, en cambio….solo les importa compartir el espíritu lúdico y culturalmente masculino: la charla hasta el amanecer, la amistad, el porro y, eventualmente, la lucha armada.

En esas fiestas no éramos muy amigos entre todos, pero teníamos algo patagónicamente en común: estábamos más solos que un perro. La mayor cantidad de las varoneras se habían comido a la mayoría de los hombres de esas fiestas y tenían un hijo (nunca dos).
Por eso teníamos siempre una habitación sólo para los bebés.

Siempre éramos alrededor de 30 en esas partuzitas: si faltaba alguien, estaba preso, o se habia ido a bucear a Madryn, o al otro día laburaba.

No eran fiestas muy felices, lo sé bien: En la cocina, 6 jugando a los naipes por guita. En el comedor, el borracho desmayado que entorpecía el baile de otros 5 o 6 que redondeaban o sambaban….y más allá, siempre un pequeño y compacto grupo masculino alrededor de la hermana de alguien, que venía por primera vez y todos se la querían coger.

Hoy, ya no se encuentran varoneras de mi edad. Salvo la enana. Existe demasiado feminismo por todos lados, pero pocas mujeres capaces de ser mejores que la media aritmética. Y no es tan difícil acceder a ese grado de pureza, por que estamos cada vez más invadidos de hombres feministas, metrosexuales o como mierda querramos bautizar al nuevo engendro polimorfo tan en boga.

Igual, no todo está perdido. En este incipiente siglo XXI , la gente de centroizquierda hace malabares para convencernos (y autoconvencerse) que la hembra puede hacer las mismas idioteces que el engendro tan en boga, hay algunas varoneras calladas, como siempre. Como se callaban en las fiestas del sur.

Las de ahora hacen tanto bardo como las de antaño que hacían empanadas. Sellan sus labios ante nuestros celos, como si tuvieran huevos o convicción, que es lo mismo.
Ellas son las que dicen si: soy arquitecta, o soy una perra, pero hago unas mila de la hostia.
Antes de ser eso..eran las que se quedaban con nosotros hablando y bebiendo hasta que aparecía el sol.
En esas fiestas yo iba de sala en sala, pero siempre terminaba afuera charlando con una varonera. Sentados en una mesa de madera donde no faltaba el porro, alguien que estuviera fumando porro, o alguien que anoticiaba que el porro se acababa.

Cerca de las 3 llegaba alguno con una gorra, y decía “Vacaaaa!” Y sacábamos plata arrugada el jean, con gesto de dolor, pero cargado de enorme sentido cívico: nadie encanutaba en esas fiestas.

Los que tomaban merca eran los que más aportaban, por que laburaban, o los viejos tenían con qué. Y también por que tomaban el doble. Paranoicos como todos los merqueros, aparecían desde las habitaciones levantando las cejas y haciendo bardo con la nariz.
Nunca supe la necesidad de salir de la habitación con la nariz tatuada de blanco…nos diferenciaba de los que no tomaban? Que curioso, eso.

Siempre me enroscaba en charlas interminables, y estériles…para hablar de cosas profundas, elegia siempre una varonera.

Revisando estas cosas con un poco de ángulo y perspectiva, me sorprendo de cosas que en ese momento parecían de lo más normales. Por ejemplo: en esas fiestitas nunca se acababan ni la bebida, ni la comida. Nunca se rompía nada, nadie se cagaba a palos, nadie que tuviera auto osaba pedir plata para la nafta. Aunque lo más sorprendente era que siempre había una varonera un tanto borracha entre todos los varones borrachos, tirandole piedras a alguna botella estratégicamente ubicada.

Por cierta razón, yo siempre terminaba con una chica de éstas, y por alguna otra cierta razón de golpe lloraba, de golpe lloraba yo, y después nos mirábamos en silencio - como si fuéramos gemelos idénticos en esa soledad pegajosa - y de repente estábamos revolcándonos en el pasto como dos cuises, diciéndonos con media boca cuánto nos “queríamos”. Y no sólo eso: jurábamos que siempre nos habíamos querido, y que nos querríamos igual o más cuando fuésemos más viejos. Y todo era una gran mentira, pero todo era una gran verdad.

Mezclando, ya de grande, todas las clases de mujeres que existen (la madre, la esposa, la princesa de todos mis palacios, la hermana, la hija y las otras) curiosamente me da una varonera de aquéllas. Esa a la que le podías decir mil cosas mientras la tocabas, y después lloraba, vomitaba y se olvidaba de todo. Sexo, amor, culpa y olvido: ellas encerraban todo eso en diez minutos de solaz a la orilla del océano Atlántico.

Lo pensé bastante: la mujer ideal era esa varonera de jean y remera blanca, y yo, tan tonto, no supe verlo a tiempo. Será por eso que me acuerdo de burdas frases de amor calcadas, de besos de Quilmes tibia, de manotazos en blusas, como momentos de amor verdadero. Prefiero mil veces esos disparos nocturnos que bien podían acabarse con la llegada de una ráfaga de viento y arena lacerante, que aquellos amores que surgen un miércoles y agonizan años enteros.

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