El destino es Japón esta vuelta, amiguitos. Es que hoy ando hecha una loca!
Bueno, sigo.Japón! Japón Me odia.
Me arrastré derrotado, al estacionamiento y busqué mi vehículo. En el baúl encontré el maletín de primeros auxilios: Absenta de primera calidad, en cantidades suficientes como para poder encarar un traslado a esa isla absurda, surcada por tsunamis y tifones de todo tipo. En fin. Lo cierto es que terminando la primer botella del brebaje colorido, comencé a hablar en japonés: uas dei ja! Insuo jiga jau!! Y practiqué durante unos 40 minutos el caminar ninja por entre los autos. Tuve que cortar cuándo el guardia del estacionamiento me preguntó si estaba bien. Si, si, gracias, se me cayeron las llaves de casa.
Ya más entusiasmado, partí al aeropuerto. La finca de los hermanos Bellotti, japoneses nietos de italianos, se encuentra en la zona sur de la isla, cerca de Kagoshima, y se especializa, según me informan, en vino de arroz.Lloré unos minutos, hasta que la azafata me acercó una dosis de Ron con hielo, y varias cervezas heladas. Insistí en que sean varias, para no tener que molestarla. Vino de arroz.
En el aeropuerto, me recibe un muchacho que se presenta como Toshiro, y me saluda varios minutos, subiendo y bajando la cabeza frenéticamente. Lo imito y la cosa se prolonga. Nos sacamos fotos el uno al otro, tac-tac-tac, muchas fotos.Subimos a una autopista y oficia de guía de turismo. Me muestra el estadio de Nagasaky y comenta orgulloso que es de los más modernos del mundo. Este comentario calienta los párpados, y me hace recuperar la sensibilidad de las piernas, por lo que le consulto, si coincide en que Japón, junto a sus hermanos de Corea, organizaron uno de los mundiales más aburridos de todos los tiempos. Pero el hombre sonríe por el espejo retrovisor y saluda con la cabeza, una y otra vez.
Diviso la entrada a la finca, y a los hermanos Bellotti esperando. Petisos, compactos, y en kimonos. Repetimos la operación interminable de saludos y nos sacamos fotos, durante unos 40 segundos. Tac-tac-tac.Arrancan con el tema de la tecnología: un robot me acerca un sake de bienvenida, las barricas son controladas por una computadora central miniaturizada, tienen un sistema de recolección de última generación. Agobiantes, me convidan la primera copa de vino de arroz.Y si, el hara-kiri es poco. La bomba atómica es poco. Insisten con tres vueltas más y diferentes variantes: con sake, con guindilla asiática y la mar en coche. Pero aquí no ha pasado nada, y ni siquiera veo personas vivas cerca.
Entonces miré a los petisos Bellotti, y les dije: ¿siguen con lo de la huelga a la japonesa? No creo que haya en ningún lugar del mundo una actitud tan tan tan alcahueta del sistema. Dan miedo. Los Hermanos apretaron un botón en un árbol, y aparecieron los robots de seguridad: me dieron con el Bokutú, me lanzaron dardetas envenenadas con la Fukiya y me castigaron duro en las nalgas con un Jô verdoso. No está mal para ser un grupo de máquinas.
Pasamos a las uvas Koshu de la región de Kumamoto. Una vuelta, dos más, y cierran con un Sake caliente reposado. Unas robots mujeres acercan unos rollitos primavera y una picada de pez globo. Entonces siento ese hormigueo extraño en el mentón, y pregunto con gusto a pescado: ¿nunca pensaron en que esta isla es poco apta para la vida humana? La uva es agria, hay terremotos, tienen la secta esa de los locos del gas Sarin, no sé, tal vez les convenía quedarse con China. Me enrollaron con un Manrikigusari, me pusieron un Kimono beige y me aplicaron cañas de bambú entre las uñas de los dedos de los pies, llamaron a los robots de tortura, unos 7 y me dieron con todo durante 15 intensos minutos. Bellotti me cuenta que en Japón, un adulto sólo bebe en promedio 2 litros de vino al año, mientras insiste en llenarme la copa con más vino de arroz, una variedad achardonada, que parece recibió buena critica de un apiolado norteamericano. Tomo 3, 4, y nada, creo que prefiero un chupito de salsa de soja.
Pero gracias a dios, llegan 6 humanos, de buen aspecto, con una degustación de Sake ahumado añejo. Primera ronda, repetimos, combino con cerveza limpiadora y la cosa va queriendo. Entonces, me posiciono como David Carradine y les digo con cara de naipe: ¿Cuánto le pagaron a ese Parker para que les elogie esta cosa?Encima es americano! Les tiraron la bomba atómica y los perdonaron, ahora son aliados!! Al final, mucho progreso, mucho aparatito, pero hicieron menos fuerza que Cuba y Vietnam.Comenzaron algo llamado Kagura, una danza ritual terrorífica y me llené de entusiasmo.
Máquinas y personas vivientes, 3 luchadores de sumo, y 4 nenas obesas con cara de animé, me estaquearon desnudo, me untaron con un producto asqueroso, agregaron unos monstruos horripilantes, y mientras me sacaban fotos me clavaron piretes afilados, me canalearon las carnes con cimitarras imperiales, y me gritaron todos juntos cosas muy feas en el oído derecho, que es mi oído bueno.Agradecí a todos por tanta hospitalidad, y me fui salticando por entre los arrozales. Encendí mi chiquitita grabadora, y escribí: si bien es cierto que el vino de arroz es triste, polémico y poco machito, después de un rato te agarran ganas de hacer origami en desavillé con tu tía Chochi.
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