Uno de los placeres de los buenos hoteles es, sin duda, el room service. O servicio de habitación.
Media docena de frutillas perfectas en un bol plateado, es, sin duda, una buena elección.
Una elección de 18 dólares. Por que tan caras? Por que no?
Eso, más 6 dólares de “recargo de servicio”.
Por que hay que pagar el servicio?
Por que es la maniobra que utiliza el hotel para disfrazar la vergonzosa realidad de que lo que quiere cobrar por media docena de frutillas perfectas en un bol plateado no son 18 dólares, sino 24.
El precio que quieren cobrar no es el exorbitante de 3 dólares la frutilla, sino el ridículo de 4 dólares la frutilla.
Esto, claro, no incluye el 17% que se necesita para indemnizar al camarero por el doble trauma: subir y bajar en ascensor, y ver a algún ricachón medio en bolas. O directamente en bolas.
Por que no? Si al final, el servicio de habitación no es el mero hecho de comer frutillas perfectas en un bol plateado, sino…en darse el gusto! Y seis dólares arriba por darse un gusto, sigue siendo darse un gusto.
17% más para darse un gusto, sigue siendo darse un gusto, o no? Y a mi, me gusta darme gustos.
La minita que atendió mi pedido, parecía tener un ligero acento francés. No el acento petulante de París, sino el "auqueill" (acento alargado) propio de los pobladores del sur, que tienen más onda.
Me dijo que me subían las frutillas en 10 minutos. Le di las gracias. Me dijo que el gusto era suyo, llamándome, incluso, con mi nombre de pila, como si fuera una vieja amiga, o una compañera de andanzas pasadas.
Ambos sabíamos que era mentira, que el placer no era suyo. Pero los buenos hoteles tienen esa magia que despierta en mí un buen libro o una buena peli interesante: Con gusto, dejo de lado mi escepticismo. Me dejo mimar por la experiencia de los otros.
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