2.8.05

Guía del Autoestopista Galáctico Parte X

La Energía de la Improbabilidad Infinita es un medio nuevo y maravilloso para recorrer
grandes distancias interestelares en una simple décima de segundo, sin tener que andar a
tontas y a locas por el hiperespacio.
Se descubrió por una afortunada casualidad, y el equipo de investigación damograno
del Gobierno Galáctico la convirtió en una forma manejable de propulsión.
Esta es, brevemente, la historia de su descubrimiento.
Desde luego se conocía bien el principio de generar pequeñas cantidades de
improbabilidad finita por el sencillo método de acoplar los circuitos lógicos de un cerebro
submesón Bambleweeny 57 a un vector atómico de navegación suspendido de un potente
generador de movimiento browniano (digamos una buena taza de té caliente); tales
generadores solían emplearse para romper el hielo en las fiestas, haciendo que todas las
moléculas de la ropa interior de la anfitriona dieran un salto de treinta centímetros hacia la
izquierda, de acuerdo con la Teoría de la Indeterminación.
Muchos físicos respetables afirmaron que no lo tolerarían, en parte porque constituía
una degradación científica, pero principalmente porque no los invitaban a esa clase de
fiestas.
Otra cosa que no soportaban era el fracaso perpetuo con el que topaban en su intento
de construir una nave que generara el campo improbabilidad infinita necesario para lanzar
a una nave a las pasmosas distancias que los separaban de las estrellas más lejanas, y al
fin anunciaron malhumorados que semejante máquina era prácticamente imposible.
Entonces, un día, un estudiante a quien se había encomendado que barriese el
laboratorio después de una reunión particularmente desafortunada, empezó a discurrir de
este modo:
«Si semejante máquina es una imposibilidad práctica -pensó para sí- entonces debe
existir lógicamente una improbabilidad finita. De manera que todo lo que tengo que hacer
para construirla es descubrir exactamente su improbabilidad, procesar esa cifra en el
generador de improbabilidad finita, darle una taza de té fresco y muy caliente... ¡y
conectarlo!»
Así lo hizo, y quedó bastante sorprendido al descubrir que había logrado crear de la
nada el tan ansiado y precioso generador de la Improbabilidad Infinita.
Aún se asombró más cuando, nada más concederle el Premio a la Extrema Inteligencia
del Instituto Galáctico fue linchado por una rabiosa multitud de físicos respetables qué
finalmente comprendieron que lo único que no toleraban realmente eran los sabihondos.
La cabina de control de Improbabilidad del Corazón de Oro era como la de una nave
absolutamente convencional, salvo que estaba enteramente limpia porque era nueva.
Todavía no se había quitado las fundas de plástico a algunos asientos de mando. La
cabina, blanca en su mayor parte, era apaisada y del tamaño de un restaurante pequeño.
En realidad no era enteramente oblonga: las dos largas paredes se desviaban en una
curva levemente paralela, y todos los ángulos y rincones de la cabina tenían una forma
rechoncha y provocativa. Lo cierto es que habría sido mucho más sencillo y práctico
construir la cabina como una estancia corriente, tridimensional y oblonga, pero entonces
los proyectistas se habrían sentido desgraciados. Tal como era, la cabina tenía un
aspecto atractivo y funcional, con amplias pantallas de vídeo colocadas sobre los paneles
de mando y dirección en la pared cóncava, y largas filas de cerebros electrónicos
empotrados en la pared convexa. Un robot se sentaba melancólico en un rincón, con su
lustrosa y reluciente cabeza de acero colgando flojamente entre sus pulidas y brillantes
rodillas. También era completamente nuevo, pero aunque estaba magníficamente
construido y bruñido, en cierto modo parecía como si las diversas partes de su cuerpo
más o menos humanoide no encajasen perfectamente. En realidad ajustaban muy bien,
pero algo sugería que podían haber encajado mejor.
Zaphod Beeblebrox se paseaba nerviosamente por la cabina, pasando la mano por los
aparatos relucientes y sonriendo con júbilo.
Trillian se inclinaba en su asiento sobre un amasijo de instrumentos, leyendo cifras. Su
voz llegaba a toda la nave a través del circuito Tannoy.
- Cinco contra uno y disminuyendo... decía-, cuatro contra uno y disminuyendo. -, tres a
uno. -, dos..., uno..., factor de probabilidad de uno a uno..., tenemos normalidad, repito:
tenemos normalidad. -Desconectó el micrófono, lo volvió a conectar con una leve sonrisa
y continuó: Todo aquello que no puedan resolver es, por consiguiente, asunto suyo.
Tranquilícense, por favor. Pronto enviaremos a buscarlos.
- ¿Quiénes son, Trillian? -dijo Zaphod con fastidio.
Trillian se volvió en su asiento giratorio y, mirándolo, se encogió de hombros.
- Sólo un par de tipos que, según parece, hemos recogido en el espacio exterior -dijo-.
Sección ZZ9 Plural Z. Alfa.
- Ya. Bueno, Trillian, ha sido una idea generosa, pero ¿crees realmente que ha sido
prudente en estas circunstancias? -se quejó Zaphod-. Me refiero a que estamos huyendo
y todo eso; en estos momentos debemos tener a media policía de la Galaxia
persiguiéndonos, y nos detenemos para recoger a unos autoestopistas. Muy bien, te
mereces diez puntos positivos por tu bondad, y varios millones de puntos negativos por tu
falta de prudencia, ¿de acuerdo?
Irritado, dio unos golpecitos en un panel de mando. Trillian movió la mano
discretamente antes de que golpeara algo importante. Por muchas cualidades que
pudiera encerrar el cerebro de Zaphod -arrojo, jactancia, orgullo-, era un inepto para la
mecánica y fácilmente podía mandar a la nave por los aires con un gesto desmedido.
Trillian había llegado a sospechar que la razón fundamental por la que había tenido una
vida tan agitada y próspera, era que jamás había comprendido verdaderamente el
significado de ninguno de sus actos.
- Zaphod -dijo pacientemente-, estaban flotando sin protección en el espacio exterior....
¿verdad que no desearías que hubiesen muerto?
- Pues ya sabes..., no. Así no, pero...
- ¿Así no? ¿Que no murieran así? ¿Pero...? -Trillian ladeó la cabeza.
- Bueno, quizá los hubieran recogido otros, después.
- Un segundo más tarde y habrían muerto.
- Ya, de manera que si te hubieras molestado en pensar un poco más, el problema
habría desaparecido.
- ¿Te habría gustado que los dejáramos morir?
- Pues ya sabes, no me habría gustado exactamente, pero...
- De todos modos -concluyó Trillian, volviendo a los mandos-, yo no los he recogido.
- ¿Qué quieres decir? ¿Quién lo ha hecho, entonces?
- La nave.
- ¿Qué?
- Los ha recogido la nave. Ella sola.
- ¿Cómo?
- Mientras estábamos con la Energía de la Improbabilidad.
- Pero eso es increíble.
- No, Zaphod; sólo muy, muy improbable.
- Ah, claro.
- Mira, Zaphod -le dijo Trillian, dándole palmaditas en el brazo-, no te preocupes por los
extraños. No creo que sean más que un simple par de muchachos. Enviaré al robot para
que los localice y les traiga aquí arriba. ¡Eh, Marvin!
En el rincón, la cabeza del robot se alzó bruscamente, bamboleándose de manera
imperceptible. Se puso en pie como si tuviera dos kilos y medio más de su peso normal, y
cruzó la estancia con lo que un observador neutral habría calificado de esfuerzo heroico.
Se detuvo delante de Trillian y pareció traspasarle el hombro izquierdo con la mirada.
- Creo que deberías saber que me siento muy deprimido -dijo el robot. Su voz tenía un
tono sordo y desesperado.
- ¡Santo Dios! -murmuró Zaphod, desplomándose en un sillón.
- Bueno -dijo Trillian en tono animado y compasivo-, pues aquí tienes algo en qué
ocuparte para no pensar en esas cosas.
- No dará resultado -replicó Marvin con voz monótona-, tengo una inteligencia
excepcionalmente amplia.
- ¡Marvin! -le advirtió Trillian.
- De acuerdo -dijo Marvin-. ¿Qué quieres que haga?
- Baja al compartimento de entrada número dos y trae aquí, bajo vigilancia, a los dos
extraños.
Tras una pausa de un microsegundo y una micromodulación magníficamente calculada
de tono y timbre, algo que no podría considerarse insultante, Marvin logró transmitir su
absoluto desprecio y horror por todas las cosas humanas.
- ¿Sólo eso? -preguntó.
- Sí -contesto Trillian con firmeza.
- No me va a gustar -comentó Marvin.
Zaphod se levantó de un salto de su asiento.
- ¡Ella no te pide que te guste -gritó-, sino sólo que lo hagas! ¿Lo harás?
- De acuerdo -dijo Marvin con una voz semejante al tañido de una gran campana
rajada- Lo haré.
- Bien -replicó Zaphod-, estupendo..., gracias...
Marvin se volvió y levantó hacia él sus ojos encarnados, triangulares y planos.
- No os estaré decepcionando, ¿verdad? -preguntó en tono patético.
- No, Marvin, no -respondió alegremente Trillian-; está muy bien, de verdad...
- No me gustaría pensar que os estoy defraudando.
- No, no te preocupes por eso -respondió Trillian con el mismo tono ligero-; no tienes
más que actuar de manera natural y todo irá estupendamente.
- ¿Estás segura de que no te importa? -insistió Marvin.
- No, Marvin, no -aseguró Trillian con la misma cadencia-; está muy bien, de verdad....
no son más que cosas de la vida.
Hubo un destello en la mirada electrónica de Marvin.
- La vida -dijo-, no me hables de la vida.
Se volvió con aire de desesperación y salió como a rastras de la estancia. La puerta se
cerró tras él con un ruidito metálico y un murmullo de satisfacción.
- Me parece que no podré aguantar mucho más tiempo a ese robot, Zaphod -rezongó
Trillian.
La Enciclopedia Galáctica define a un robot como un aparato mecánico creado para
realizar el trabajo del hombre. El departamento comercial de la Compañía Cibernética
Sirius define a un robot como «Su amigo de plástico con quien le gustará estar».
La Guía del autoestopista galáctico define al departamento comercial de la Compañía
Cibernética Sirius como un «hatajo de pelmazos y estúpidos que serán los primeros en ir
al paredón cuando llegue la revolución»; hay una nota a pie de página al efecto, que dice
que los editores recibirán con agrado solicitudes de cualquiera que esté interesado en
ocupar el puesto de corresponsal en robótica.
Curiosamente, hay una edición de la Enciclopedia Galáctica que tuvo la buena fortuna
de caer en la urdimbre del tiempo a mil años en el futuro, y que define al departamento
comercial de la Compañía Cibernética Sirius como «un hatajo de pelmazos estúpidos que
fueron los primeros en ir al paredón cuando llegó la revolución».
El cubículo de color rosa había dejado de existir y los monos habían pasado a otra
dimensión mejor. Ford y Arthur se encontraban en la zona de embarque de la nave. Era
muy elegante.
- Me parece que esta nave es completamente nueva -dijo Ford.
- ¿Cómo lo sabes? -le preguntó Arthur-. ¿Tienes algún extraño aparato para medir la
edad del metal?
- No, me acabo de encontrar este folleto de venta en el suelo. Dice esas cosas de que
«el Universo puede ser suyo». ¡Ah! Mira, tenía razón.
Ford señaló una página y se la enseñó a Arthur.
- Dice: «Nuevo y sensacional descubrimiento en Física de la Improbabilidad. En cuanto
la energía de la nave alcance la Improbabilidad Infinita, pasará por todos los puntos del
Universo. Sea la envidia de los demás gobiernos importantes.» ¡Vaya!, es algo a gran
escala.
Ford leyó apasionadamente las especificaciones técnicas de la nave, jadeando de
asombro de cuando en cuando ante lo que leía: era evidente que la astrotecnología
galáctico había hecho grandes adelantos durante sus años de exilio.
Arthur escuchó durante un rato, pero como era incapaz de entender la mayor parte de
las palabras de Ford, empezó a dejar vagar la imaginación mientras pasaba los dedos por
el borde de una fila de incomprensibles cerebros electrónicos; alargó la mano y pulsó un
atractivo botón, ancho y rojo, de un panel que tenía cerca. El panel se iluminó con las
palabras: Por favor, no vuelva a pulsar este botón. Se estremeció.
- Escucha -le dijo Ford, que continuaba enfrascado en el folleto comercial-, dan mucha
importancia a la cibernética de la nave. Una nueva generación de robots y cerebros
electrónicos de la Compañía Cibernética Sirius, con la nueva característica APP.
- ¿Característica APP? -repitió Arthur-. ¿Qué es eso?
-Eso significa Auténticas Personalidades Populares.
- ¡Ah! -comentó Arthur-. Suena horriblemente mal.
- En efecto -dijo una voz a sus espaldas.
La voz tenía un tono bajo y desesperado, y venía acompañada de un ruido metálico.
Se volvieron y vieron encogido en el umbral a un execrable hombre de acero.
- ¿Qué? dijeron ellos dos.
- Horrible -prosiguió Marvin-, absolutamente. Horrible del todo. Ni siquiera lo
mencionéis. Mirad esta puerta -dijo al cruzarla. Los circuitos de ironía se incorporaron al
modulador de su voz mientras imitaba el estilo del folleto comercial-. Todas las puertas de
la nave poseen un carácter alegre y risueño. Tienen el gusto de abrirse para ustedes, y se
sienten satisfechas al volver a cerrarse con la conciencia del trabajo bien hecho.
Cuando la puerta se cerró tras ellos, comprobaron que efectivamente hizo un ruido
parecido a un suspiro de satisfacción.
- ¡Aahbmmmmmmmmmyammmmmmmmah! -dijo la puerta.
Marvin la miró con odio frío mientras sus circuitos lógicos parloteaban disgustados y
consideraban la idea de ejercer la violencia física contra ella. Otros circuitos terciaron
diciendo: ¿para qué molestarse? ¿Qué sentido tiene? No merece la pena interesarse por
nada. Otros circuitos se divertían analizando los componentes moleculares de la puerta y
de las células cerebrales del humanoide. Insistieron un poco midiendo el nivel de las
emanaciones de hidrógeno en el parsec cúbico de espacio circundante, y luego se
desconectaron aburridos. Una punzada de desesperación sacudió el cuerpo del robot
mientras se daba la vuelta.
- Vamos -dijo con voz monótona-. Me han ordenado que os lleve al puente. Aquí me
tenéis, con el cerebro del tamaño de un planeta y me piden que os lleve al puente.
¿Llamaríais a eso un trabajo satisfactorio? Pues yo no.
Se volvió y cruzó de nuevo la odiada puerta.
- Hmm..., disculpa -dijo Ford, siguiéndolo-. ¿A qué gobierno pertenece esta nave?
Marvin no le hizo caso.
- Mirad esa puerta -masculló-; está a punto de volver a abrirse. Lo sé por el intolerable
aire de satisfacción vanidosa que genera de repente.
Con un pequeño gemido para atraerse su simpatía, la puerta volvió a abrirse y Marvin
la cruzó con pasos pesados.
- Vamos -ordenó.
Los otros lo siguieron rápidamente y la puerta volvió a cerrarse con pequeños ruiditos
metálicos y zumbidos de contento.
- Hay que dar las gracias al departamento comercial de la Compañía Cibernética Sirius
-dijo Marvin, echando a andar, desolado, por el resplandeciente pasillo curvo que se
extendía ante ellos-. Vamos a construir robots con Auténticas Personalidades Populares,
dijeron. Así que lo probaron conmigo. Soy un prototipo de personalidad. ¿Verdad que
podríais asegurarlo?
Ford y Arthur musitaron confusas negativas.
- Odio esa puerta -continuó Marvin-. No os estaré deprimiendo, ¿verdad?
- ¿Qué gobierno...? -empezó a decir Ford otra vez.
- No pertenece a ningún gobierno -le replicó el robot-; la han robado.
- ¿Robado?
- ¿Robado? -repitió Arthur. -¿Quién la ha robado?
- Zaphod Beeblebrox.
Algo extraordinario le ocurrió a Ford en la cara. Al menos cinco expresiones singulares
y distintas de pasmo y sorpresa se le acumularon en confusa mezcolanza. Su pierna
izquierda, que se encontraba en el aire, pareció tener dificultades para volver a bajar al
suelo. Miró fijamente al robot y trató de contraer ciertos músculos escrotales.
- ¡Zaphod Beeblebrox...! -exclamó débilmente.
- Lo siento, ¿he dicho algo inconveniente? -dijo Marvin, que prosiguió su lento avance
con indiferencia-. Perdonad que respire, cosa que de todos modos jamás hago, así que
no sé por qué me molesto en decirlo. ¡Oh, Dios mío, qué deprimido estoy! Ahí tenemos
otra de esas puertas satisfechas de sí mismas. ¡La vida! Que no me hablen de la vida.
- Nadie la ha mencionado siquiera -murmuró Arthur, molesto-. ¿Te encuentras bien,
Ford?
Ford lo miró con fijeza y dijo:
- ¿Ese robot ha dicho Zaphod Beeblebrox?
Un estrépito de música gunk inundó la cabina del Corazón de Oro mientras Zaphod
buscaba en la radio subeta noticias de sí mismo. El aparato era bastante difícil de utilizar.
Durante años, las radios se habían manejado apretando botones y girando el selector de
sintonización; más tarde, cuando la tecnología se refinó, los mandos se hicieron sensibles
al contacto: sólo había que rozarlos con los dedos; ahora, todo lo que había que hacer era
mover la mano en torno a su estructura y esperar confiado. Desde luego, evitaba un
montón de esfuerzo muscular, pero era molesto porque le obligaba a uno a quedarse
quieto en su asiento si es que quería seguir escuchando el mismo programa.
Zaphod movió una mano y el aparato volvió a cambiar de emisora. Más música
asquerosa, pero esta vez servía de fondo a un noticiario. Las noticias estaban muy
recortadas para que encajaran con el ritmo de la melodía.
-...escucha usted un noticiario en la onda subeta, que emite para toda la Galaxia
durante las veinticuatro horas -graznó una voz-, y dedicamos un gran saludo a todas las
formas de vida inteligente..., y a todos los que andéis por ahí, el secreto está en salvar las
dificultades todos juntos, muchachos. Y, desde luego, la gran noticia de esta noche es el
sensacional robo de la nave prototipo de la Energía de la Improbabilidad, por obra nada
menos que del Presidente Galáctico Zaphod Beeblebrox. Y la pregunta que se hace todo
el mundo es... ¿Ha perdido finalmente la cabeza el Gran Z? Beeblebrox, el hombre que
inventó el detonador gargárico pangaláctico, ex estafador, descrito en una ocasión por
Excéntrica Galtumbits como el mejor zambombazo después de la Gran Explosión, y
recientemente elegido por séptima vez como el Peor Vestido Ser Consciente del Universo
Conocido..., ¿tiene una respuesta esta vez? Hemos preguntado a su especialista cerebral
particular, Gag Halfrunt... -por un momento, la música se arremolinó y decayó. Se
escuchó otra voz, presumiblemente la de Halfrunt, que dijo-: Puez Zaphod ez
precizamente eze tipo, ¿zabe uzted? -pero no continuó porque un lápiz eléctrico voló por
la cabina y pasó por el espacio aéreo del mecanismo de conexión de la radio.
Zaphod se volvió y lanzó una mirada feroz a Trillian, que había arrojado el lápiz.
- ¡Oye! -le dijo-. ¿Por qué has hecho eso?
Trillian daba golpecitos en una pantalla llena de cifras.
- Se me acaba de ocurrir algo dijo ella.
- ¡Ah, sí! ¿Y merece la pena interrumpir un boletín de noticias donde hablan de mí?
- Ya has oído bastantes cosas sobre tí mismo.
- Soy muy inseguro. Ya lo sabemos.
- ¿Podemos dejar a un lado tu vanidad por un momento? Esto es importante.
- Si hay algo más importante por ahí que mi vanidad, quiero atraparlo ahora mismo y
pegarle un tiro.
Zaphod volvió a lanzar una mirada fulminante a Trillian y luego se echó a reír.
- Escucha -le dijo ella-, hemos recogido a ese par de tipos...
- ¿Qué par de tipos?
- El par de tipos que hemos recogido.
- ¡Ah, sí! -dijo Zaphod-. El par de tipos que hemos recogido.
- Los recogimos en el sector ZZ9 Plural Z Alfa.
- ¿Sí? -dijo Zaphod, parpadeando.
- ¿Significa eso algo para ti? -le preguntó Trillian con voz queda.
- Mmmm -contesto Zaphod-, ZZ9 Plural Alfa. ¿ZZ9 Plural Alfa?
- ¿Y bien? -insistió Trillian.
- Pues... -dijo Zaphod-, ¿qué significa la Z?
- ¿Cuál de ellas?
- Cualquiera.
Una de las mayores dificultades que Trillian experimentaba en sus relaciones con
Zaphod consistía en saber cuándo fingía ser estúpido para pillar desprevenida a la gente,
cuándo pretendía serlo porque no quería molestarse en pensar y deseaba que otro lo
hiciera por él, cuándo simulaba ser atrozmente estúpido para ocultar el hecho de que en
realidad no entendía lo que pasaba, y cuándo era verdadera y auténticamente estúpido.
Tenía fama de ser asombrosamente inteligente, y estaba claro que lo era; pero no
siempre, lo que evidentemente le preocupaba, y por eso fingía. Prefería confundir a la
gente a que le despreciaran. Para Trillian eso era lo más estúpido, pero ya no se
molestaba en discutirlo.
Suspiró y puso un mapa estelar en la pantalla para facilitarle las cosas, cualesquiera
que fuesen las razones de Zaphod para abordarlas de aquella manera.
- Mira -señaló-, justo aquí.
- ¡Ah... sí! -exclamó Zaphod.
- ¿Y bien? -repitió Trillian.
- ¿Y bien, qué?
Parte del cerebro de Trillian gritó a otras partes de su cerebro.
Con mucha calma, dijo:
- Es el mismo sector en el que tú me recogiste.
Zaphod la miró y luego volvió la vista a la pantalla.
- Ah, sí -dijo-. Eso sí que es raro. Deberíamos haber atravesado directamente la
Nebulosa Cabeza de Caballo. ¿Cómo llegamos ahí? Porque eso no es ningún sitio.
Trillian pasó por alto la última frase.
- Energía de Improbabilidad -dijo pacientemente-. Tú mismo me lo has explicado.
Pasamos por todos los puntos del Universo, ya lo sabes.
- Sí, pero es una coincidencia extraña, ¿no?
- Sí.
- ¿Recoger a alguien en ese punto? ¿Entre todo el Universo para escoger? Es
demasiado... Quiero averiguarlo. ¡Ordenador!
El ordenador de a bordo de la Compañía Cibernética Sirius, que controlaba y penetraba
en todas las partículas de la nave, conectó los circuitos de comunicación.
- ¡Hola, tú! -dijo animadamente al tiempo que vomitaba una cinta diminuta de
teleimpresor para dejar constancia.
- ¡Hola, tú! -dijo la cinta de teleimpresor.
- ¡Santo Dios! -exclamó Zaphod. No había trabajado mucho tiempo con aquel
ordenador, pero había llegado a odiarlo.
El ordenador prosiguió, descarado y alegre, como si estuviera vendiendo detergente.
- Quiero que sepas que estoy aquí para resolver cualquier problema que tengas.
- Sí, sí -dijo Zaphod-. Mira, creo que sólo usaré un trozo de papel.
- Pues claro -dijo el ordenador al tiempo que tiraba el mensaje a la papelera-, entiendo.
Si alguna vez quieres...
- ¡Cierra el pico! -gritó Zaphod y, cogiendo un lápiz, se sentó junto a Trillian en la
consola.
- Muy bien, muy bien... -dijo el ordenador en tono dolido mientras desconectaba el
canal de fonación.
Zaphod y Trillian se inclinaron sobre las cifras que el analizador del vuelo de
Improbabilidad hacía destellar silenciosamente frente a ellos.
- ¿No podemos averiguar -preguntó Zaphod- cuál es, desde su punto de vista, la
Improbabilidad de su rescate?
- Sí, es una constante -dijo Trillian-: dos elevado a doscientos setenta y seis mil
setecientos nueve contra uno.
- Es alto. Son dos tipos con mucha suerte.
- Sí.
- Pero en relación con lo que hacíamos nosotros cuando la nave los recogió...
Trillian registró las cifras. Indicaban dos elevado a infinito menos uno contra uno (un
número irracional que sólo tiene un significado convencional en Física de la
Improbabilidad).
- Es muy bajo -prosiguió Zaphod, emitiendo un leve silbido.
- Sí -convino Trillian, lanzando a Zaphod una mirada irónica.
- Es una enorme cantidad de Improbabilidad a tomar en cuenta. El balance general
debe indicar algo muy improbable, si se suma todo.
Zaphod garabateó unas sumas, las tachó y tiró el lápiz.
- Necesito ayuda, no me sale.
- ¿Entonces?
Zaphod entrechocó sus dos cabezas furiosamente y rechinó los dientes.
- De acuerdo -dijo-. ¡Ordenador!
Los circuitos de la voz volvieron a conectarse.
- ¡Vaya, hola! dijeron las cintas de teleimpresor-. Lo único que quiero es hacer que tu
jornada sea más amable, más amable y más amable...
- Sí, bueno, cierra el pico y averíguame algo.
- Pues claro -parloteó el ordenador-, quieres una previsión de probabilidades basada
en...
- Datos de improbabilidad, sí.
- Muy bien -continuó el ordenador-, es una idea un tanto interesante. ¿Te das cuenta
de que la vida de la mayoría de la gente está regida por números de teléfono?
Una expresión de sufrimiento se implantó en una de las caras de Zaphod y luego en la
otra.
- ¿Te has quedado bobo? -preguntó.
- No, pero tú sí te quedarás cuando te diga que...
Trillian se quedó sin aliento. Manipuló los botones de la pantalla del vuelo de
Improbabilidad.
- ¿Número de teléfono? -dijo-. ¿Ha dicho esa cosa número de teléfono?
Destellaron números en la pantalla.
El ordenador había hecho una educada pausa, pero ahora prosiguió:
- Lo que iba a decir es que...
- No te molestes, por favor -dijo Trillian.
- Oye, pero ¿qué es esto? -preguntó Zaphod.
- No lo sé -respondió Trillian-, pero esos dos extraños... vienen de camino al puente
con ese detestable robot. ¿Los vemos por un monitor de imagen?
Marvin caminaba pesadamente por el pasillo, sin dejar de lamentarse.
-... y luego, claro, tengo este horrible dolor en todos los diodos del lado izquierdo...
- ¡No! -repuso Arthur en tono tétrico, caminando a su lado-. ¿De veras?
- Sí, de veras -prosiguió Marvin-. He pedido que me los cambien, pero nadie me hace
caso.
- Me lo figuro.
Ford emitía vagos silbidos y canturreas, sin dejar de repetirse a sí mismo:
- Vaya, vaya, vaya, Zaphod Beeblebrox...
Marvin se detuvo de pronto y alzó una mano.
- Ya sabes lo que ha pasado, ¿verdad?
- No, ¿qué? -dijo Arthur, que no quería saberlo.
- Hemos llegado a otra puerta de ésas.
A un costado del pasillo había una puerta corredera. Marvin la miró con recelo.
- Bueno -dijo Ford, impaciente-, ¿pasamos?
- ¿Pasamos? -le imitó Marvin-. Sí, esta es la entrada al puente. Me han ordenado que
os lleve allí. No me extrañaría que fuese la exigencia más elevada que puedan hacer en
cuanto a capacidad intelectual.
Lentamente, con enorme desprecio, cruzó el umbral como un cazador que se acercara
cautelosamente a su presa. La puerta se abrió de pronto.
- Gracias -dijo ésta-, por hacer muy feliz a una sencilla puerta.
En lo más profundo del tórax de Marvin rechinaron algunos mecanismos.
- Es curioso -entonó lúgubremente-; cuando crees que la vida no puede ser más dura,
empeora de repente.
Se agachó para pasar y dejó a Ford y a Arthur mirándose el uno al otro y encogiéndose
de hombros. Al otro lado de la puerta, volvieron a oír la voz de Marvin.
- Supongo que querréis ver ahora a los extraños -dijo-. ¿Queréis que me siente en un
rincón y me oxide, o sólo que me caiga en pedazos aquí mismo?
- Sí, pero tráelos, ¿quieres, Marvin? -dijo otra voz. Arthur miró a Ford y se sorprendió al
verle reír.
- ¿Qué...?
- Chsss -dijo Ford-, vamos adentro.
Cruzó el umbral y entró en el puente.
Arthur lo siguió nervioso, y se sorprendió al ver a un hombre reclinado en un sillón con
los pies sobre una consola de mandos y hurgándose los dientes de la cabeza derecha
con la mano izquierda. La cabeza derecha parecía enteramente enfrascada en la tarea,
pero la izquierda sonreía con una mueca amplia, tranquila e indiferente. La serie de cosas
que Arthur no podía creer que estaba viendo era grande. Se le aflojó la mandíbula y se
quedó con la boca abierta durante un rato.
Aquel hombre extraño saludó a Ford con un gesto perezoso y, con una sorprendente
afectación de indiferencia, dijo:
- ¿Qué hay, Ford, cómo estás? Me alegro de que pudieras colarte.
A Ford no iban a ganarle en aplomo.
- Me alegro de verte, Zaphod -dijo, arrastrando las palabras-. Tienes buen aspecto, y el
brazo extra te sienta bien. Has robado una bonita nave.
Arthur lo miraba con los ojos en blanco.
- ¿Es que conoces a ese tipo? -le preguntó aturdido, señalando a Zaphod.
- ¡Que si lo conozco! -exclamó Ford-. Es...
Hizo una pausa y decidió hacer las presentaciones al revés.
- ¡Ah, Zaphod!, éste es un amigo mío, Arthur Dent. Lo salvé cuando su planeta saltó
por los aires.
- Muy bien -dijo Zaphod-. ¿Qué hay, Arthur? Me alegro de que te salvaras.
Su cabeza derecha se volvió con indiferencia, dijo «¿Qué hay?», y siguió con la tarea
de que le limpiaran los dientes.
- Arthur -continuó Ford-, éste es un medio Primo mío, Zaphod Bee...
- Nos conocemos -dijo Arthur en tono brusco.
Cuando uno va por la carretera por el carril de la izquierda y pasa perezosamente a
unos cuantos coches veloces sintiéndose muy contento consigo mismo, y entonces, por
accidente, cambia uno de cuarta a primera en vez de a tercera, haciendo que el motor
salte por la capota armando un lío bastante desagradable, se suele perder la serenidad
casi de la misma manera en que Ford Prefect la perdió al oír semejante afirmación.
- Hmmm.... ¿qué? -dijo.
- He dicho que nos conocemos.
Zaphod sufrió una brusca sacudida de sorpresa y se pinchó una encía.
- Oye..., hmmm, ¿nos conocemos? Oye.... hmmm...
Ford miró a Arthur con un destello de ira en los ojos. Ahora que sentía terreno familiar
bajo sus plantas, empezó a lamentar de pronto el haber cargado con aquel primitivo
ignorante que sabía tanto de los asuntos de la Galaxia como un mosquito de Ilford de la
vida en Pekín.
- ¿Qué quieres decir con que os conocéis? -inquirió-. Este es Zaphod Beeblebrox, de
Betelgeuse Cinco, ¿te enteras? y no un imbécil Martin Smith, de Croydon.
- Me trae sin cuidado -dijo Arthur en tono frío. -Nos conocemos, ¿verdad Zaphod
Beeblebrox?, ¿o debería decir... Phil?
- ¡Cómo! -gritó Ford.
- Tendrás que recordármelo -dijo Zaphod-. Tengo una horrible memoria para las
especies.
- Fue en una fiesta -prosiguió Arthur.
- ¿Sí?, pues lo dudo -repuso Zaphod.
- ¡Déjalo ya, Arthur! -le ordenó Ford. Pero Arthur no se desanimó.
- En una fiesta, hace seis meses. En la Tierra..., Inglaterra... Zaphod meneé la cabeza,
sonriendo con los labios apretados.
- En Londres -continuó Arthur-, en Islington.
- ¡Ah! -dijo Zaphod, sintiéndose culpable y dando un respingo -esa fiesta.
Aquello no le sonaba nada bien a Ford. Miró una y otra vez a Arthur y a Zaphod.
- ¿Cómo? -le dijo a Zaphod-. ¿No querrás decir que has estado en ese desgraciado
planetilla, igual que yo?
- No, claro que no -replicó animadamente Zaphod-. Quizá me haya dejado caer
brevemente por allí, ya sabes, de camino a alguna parte...
- ¡Pero yo me quedé quince años atascado allí!
- Pues te aseguro que yo no lo sabía.
- Pero ¿qué fuiste a hacer allí?
- A dar una vuelta, ya sabes.
- Se coló en una fiesta -dijo Arthur, temblando de ira-, en una fiesta de disfraces...
- Eso tenía que ser, ¿verdad? -apuntó Ford.
- En esa fiesta -insistió Arthur- había una chica..., pero bueno, eso ya no tiene
importancia. De cualquier modo, todo se ha esfumado...
- Me gustaría que dejaras de lamentarte por ese condenado planeta -dijo Ford
- ¿Quién era esa chica?
- Pues una chica. Está bien, de acuerdo, no me fue muy bien con ella. Estuve
intentándolo toda la tarde. ¡Es que era algo serio! Guapa, encantadora, de una
inteligencia apabullante...; al fin conseguí acapararla un poco y le estaba dando
conversación cuando apareció este amigo tuyo diciendo: Hola, encanto, ¿te está
aburriendo este tipo? Entonces, ¿por qué no hablas conmigo? Soy de otro planeta. No
volví a verla más.
- ¡Zaphod! -exclamó Ford.
- Sí -dijo Arthur, lanzándole una mirada iracunda y tratando de no sentirse ridículo-.
Sólo tenía dos brazos y una cabeza, y se hacía llamar Phil, pero...
- Pero debes admitir que realmente era de otro planeta -dijo Trillian, dejándose ver al
otro extremo del puente.
Dedicó a Arthur una agradable sonrisa que le cayó como una tonelada de ladrillos, y
luego volvió a atender a los mandos de la nave.
Hubo unos segundos de silencio, y luego, del confuso revoltijo que había en la mente
de Arthur, salieron unas palabras.
- ¡Tricia McMillan! -dijo-. ¿Qué estás haciendo aquí?
- Lo mismo que tú -respondió ella-. Me han recogido. Al fin y al cabo, ¿qué otra cosa
podía hacer con una licenciatura en Matemáticas y otra en Astrofísica? Era esto, o volver
los lunes a la cola del subsidio de paro.
- Infinito menos uno -parloteó el ordenador-, terminada la suma de Improbabilidad.
Zaphod lo miró; luego dirigió la vista a Ford, a Arthur y, finalmente, a Trillian.
- Trillian -dijo -, ¿va a ocurrir esta clase de cosas siempre que empleemos la Energía
de Improbabilidad?
- Me temo que es muy probable -respondió ella.

Volver

No hay comentarios.: