4.4.10

Todos los renos cagan fuego.




Hasta que en la mañana de la Navidad de 1999 fue encontrado con los testículos en la boca, modalidad de vendetta mafiosa, en un costado de la mítica Ruta 66, Elijah Thompson había sido un periodista iracundo cuyas notas eran rechazadas por The Village Voice y The Rolling Stone. Estaba demasiado a la izquierda de estas publicaciones, se ha dicho. Ex marine, homosexual, luchador de sumo, alcohólico, heroinómano y jugador empedernido, la suya fue la suerte de muchos hijos de famosos. Su padre había sido el legendario clásico de novelas hard-boiled: Jim Thompson. Y su madre, según se supo más tarde, era una joven epiléptica, chiricahua descendiente del guerrero apache Cochise. Thompson habría conocido a Conchita, la madre de Elijah, en El Paso, durante una borrachera de Navidad en los ‘60, mientras escribía La fuga, que luego adaptaría Sam Peckimpah. Como su padre, Elijah probó suerte como obrero del petróleo, estibador, camionero, campesino, autor de novelas policiales con seudónimo y guionista de cine. En el porno incursionó con un guión que es una perla ficcional zoofílica: ¿Acaso no matan a los burros?, considerada un antecedente de la narración que lo consagraría post mortem. Se trata de un excepcional film paródico de la gimnástica novela de baile de Horace McCoy: un serrallo de púberes cuáqueras, practicando variadísimas gracias eróticas, concursan en exprimir un burro hasta matarlo. Detalle no menor: este antecedente ficcional de Elijah Thompson está ambientado en Navidad. A Elijah no le fue fácil estar a la altura de su padre. En lo político, así como Jim fue comunista, Elijah encaró una trayectoria errática desde la militancia en Amnesty, la conversión al Corán y, en su última época, la adhesión a las Milicias Michigan. Todos los renos cagan fuego fue durante mucho tiempo una nouvelle maldita que circuló por editoriales under sin obtener el consenso para su publicación hasta que Fucking Press, una editorial marginal de Toronto, la dio a luz. Su trama: una noche de Navidad, en la apacible Salt Lake, el pequeño Bobbie McCullogh, hijo de granjeros, educado en el matrimonio plural que proponen sus padres, mormones fundamentalistas, decide fundar su propia secta. Al experimentar una erección en la Navidad de sus nueve años toma por esposa a su madre, luego a sus seis hermanas y al ser reprendido por su padre, en una escena que combina el gótico con el cuento infantil, el niño sodomiza a su progenitor ganándolo para su fe de un Niño Dios priápico. Bobbie se transformará en precoz líder de una comunidad que, derivando al satanismo, hará que su principal rito de iniciación consista en penetrar renos. O ponies, en caso de que no se tengan renos a mano. Los renos en un baño de sangre final anticipan lo que ocurrió en Waco. La crítica ha señalado coincidencias entre su mítico guión porno y este relato. Tzvetan Todorov opinó que Elijah Thompson ha semiotizado con genio lúdico y naïf las investigaciones de Vladimir Propp. Según Le Magazine Littéraire estamos ante un auténtico Sade protestante que denuncia las vilezas del capitalismo, la intolerancia religiosa y los trastornos alimentarios del fast food. Los renos cagan fuego, registró The New York Review of Books, puede leerse a la vez como un alegato, como una sátira, como una anticipación orwelliana demoníaca y, por qué no, como una fresca crónica de iniciación en la que conviven el lado adulto y oscuro de J. D. Salinger con la parte infantil y alegre de Patricia Highsmith. “El relato navideño que nos emociona a todos”, juzgó Il Manifesto. El respaldo más elocuente que Elijah Thompson obtuvo provino de Paul Auster: “Entregaría a Siri a cambio de una página de Elijah Thompson”, dijo aludiendo a su esposa, la escritora Siri Hustvedt. “Y yo a Christine”, se sumó Richard Ford. El comentario más sagaz sobre Todos los renos cagan fuego provino de Susan Sontag: “La Navidad tiene un significado”.

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