Un río calmo, es un espejo acostado. Así veo en la bahía (que se olvido la corriente), a la superficie de Limay.
Cuánta paz, tanta, que ni la brisa asoma su pujanza. En el cielo circulan con cierta esperanza de llegada a no sé donde, dos blancas e inmensas nubes. Sube el sol hacia su cima y las sombras, se verticalizan.
Un silencio invade la mirada, nada se mueve y todo vive.
Llegan hasta la orilla, un niño y un adulto, ambos masculinos. Recogen del suelo algunas piedras. Femeninas ellas y redondas, de tanto ir viniendo empujadas por el agua. Esa que también, les coloca como enagua, con la que cualquiera brilla, apenas se mojan.
Ellos, inclinados hacia un lado, arrojan de a uno, un canto rodado. Rompiendo en círculos el impecable espejo, creando dibujos impensados.
Juegan de a uno, quien arroja más lejos, más cerca, más alto. Y quien hace más de un salto, con su piedra hacia el horizonte.
Ríen y se asombran desde la vera (esa acera de poca arena), de donde nuevamente, recogen piedras.
Mojo mis pies y absorbo el aire de a bocanadas puras y tibias.
Viajan mis ideas en busca de recuerdos. El silencio dice ahora palabras, pero no es desde ninguna boca.
El río habla con salpicaduras, y ante la caída de cada piedra, impulsando salivas hacia arriba, puede escucharse: PLOP-CA
1 comentario:
Se tratará de un cambio de perspectiva? De años? De encantadora vejez? De experiencia?, quien sabe...
Hace un tiempito leo otras cosas, cambios, esas pequeñas cosas que resultan ser importantes.
Me gusta.
Qué raro es estar tan lejos y tan cerca...
Au revoir.
A*.
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